Basta
acercarse a la sección de libros de las grandes superficies para comprobar que la Novela histórica sigue en
alza, tanto en autores como en obras que se publican actualmente a pesar de la
crisis. Casi se podría decir que se han convertido en una eficaz medida
anticrisis: recuperar la serenidad y el aliento para volver al trabajo o a la
preparación para obtener un trabajo.
Cada
vez se lee más en los medios públicos de transporte y eso que en España se
sigue hablando por teléfono y, entre nosotros, en público. Sin duda tenemos
mucho que compartir y que comentar.
Todo
esto son buenas noticias y más el señalar que tenemos grandes autores de novela
histórica en España. Novelistas que se documentan bien y que saben introducirse,
e introducir al lector, en las coordenadas históricas, con lo que además de
disfrutar, se aprende historia.
Es
una buena noticia que Jesús Sánchez Adalid ha regresado en sus narraciones a
España y ha vuelto a su tierra y a su época. La última novela, la Alcazaba, retorna al nivel
del Mozárabe,
que le consagró como autor de primera línea, tanto por ritmo, intensidad como
por interés histórico.
Esta
vez la novela se sitúa en Mérida, en la orgullosa ciudad milenaria, en la época
del emir Abderramán II, que desde Córdoba pretende soyuzgarla. Entran en juego las difíciles relaciones de las
tres comunidades religiosas de la ciudad, sobre todo para los cristianos
sometidos y humillados a los musulmanes.
Recordemos que con la llegada de Abderramán I, de la familia de los Omeya, como emir
independiente de Córdoba (756), se abrió en al-Ándalus
un período de intransigencia religiosa, que continuó bajo el mandato de su hijo
y sucesor, Hixem I, y más intensamente en tiempos de Abderramán II y de Mohamed, en la década 850‑860.
Así pues los
omeyas hostigaron a los cristianos: los gravaron con más impuestos, les
prohibieron el uso de la lengua latina y, para desviarlos de sus costumbres y
tradiciones, les obligaron a frecuentar las escuelas árabes.
Entre los
mártires hay que recordar a los hermanos de Sevilla, Adolfo y Juan, Perfecto, cura de San
Acisclo de Córdoba (850), el diácono Paulo, las vírgenes María y Flora, etc.
Ante el entusiasmo de los mozárabes por el martirio, Abderramán
II logró que algunos obispos se reunieran en Sevilla (852) y declarasen que la Iglesia no podía reconocer
como mártires a quienes espontáneamente y de forma provocativa se presentaban a
recibir la muerte.
Sin entrar a narrar más, para no
hacer perder ni un momento del suspense de la novela, si conviene resaltar la
situación de la comunidad cristiana y la abundancia de martirios que tuvieron
lugar en ese período, como describe magníficamente Sánchez Adalid.
Confirmamos
lo que decíamos al comienzo de estas líneas: vale la pena leer y disfrutar de
la buena novela histórica.
José Carlos Martín de la
Hoz
Jesús Sánchez Adalid, Alcazaba, ed. Martínez Roca, Madrid
2012, 447pp