Ferran Gallego, Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, realiza un exhaustivo trabajo sobre la ideología fascista y su reflejo en la España del siglo XX.
Son muy interesantes las comparaciones con otros países de Europa para entender como Falange española tuvo claras distinciones respecto a Alemania e Italia, entre otras cosas por ser católica de fondo y de raíces. En ese sentido la convergencia entre la JONS y otros grupos conservadores españoles atenuaron esa ideología durante la Segunda República, sobre todo por el trabajo de Acción española y la formación católica de muchos de sus miembros (131-139). El Frente Popular y su victoria en las elecciones de febrero de 1939 movilizaron a muchos otros grupos. Tanto los anarquistas como los falangistas entraron en confrontación y se dio una espiral de violencia que el gobierno no pudo controlar: el balance de Calvo Sotelo ante las Cortes en 1936, es buena muestra de ello (383-404).
Pero lo más interesante del volumen comienza después de la guerra civil y de la consolidación del llamado Movimiento Nacional que albergaba en su seno fuerzas ideológicas tan dispares como carlistas, requetés y falangistas (505-520).
Desde ahí el autor ha sabido rastreear la documentación accesible para intentar sintetizar cómo Franco desde 1942 fue transformando la cultutra en algo difuso pero práctico que terminó por ser unificador: el franquismo. Sin duda ayudó el hecho de que había que reconstruir España después de una dura guerra civil; familias, estructuras, carreteras, fabricas.
Es interesante lo que afirma Gallego: “El 7 de diciembre de 1942, con ocasión de la jura de sus nuevos miembros, Francisco Franco prunció un discurso ante el III Consejo Nacional de FET y de las JONS. En ningun momento dijo el nombre del Partido unificado, aludiendo siempre a nuestro Movimiento” (659). A lo que añade: “El catolicismo sería la aportación española a un movimiento general de época, para convertirse en el factort que permitía nacionalizarla (…). La construcción de un Estado catolico pasó a contemplarse como una continuidad con el espíritu profundo, con lo realmente esencial de la movilización que condujo a la guerra civil: la recuperación de la España eterna y el establecimiento de un Estado permanente de servicio” (660).
Cuando terminó la guerra mundial con el fracaso de Hitler, la historia dió la razón a Franco, quien todavía se afianzó más en sus sencillas raices ideológicas. Muy interesantes son las apreciaciones recogidas del Prof. López Amo sobre el mal menor de la Dictadura (699).
Al hablar de la elaboración doctrinal del Estado Católico, el autor volverá a la disputa entre Laín Entralgo, pesimista: “siendo la tarea del intelectual respuesta angustiada ante una España problemática” (788, 852, 860) y la de Florentino Pérez Embid (861, 870-872) y sobre todo la optimista de Calvo Serer sobre el ser de España (861, 873-882, 920). No se entiende bien la afirmación de que “la reivindicación de Menendez Pelayo por Lain causó angustia al Opus Dei” (794). Tampoco esta: “Para los intelectuales falangistas o para quienes militaban en la propuesta de hegemonía cultural del Opus Dei, la consolidación de la dictadura era el único campo en el que podían ser efectivas sus ambiciones de influencia intelectual” (884). Quizás, confunde al Opus Dei con Calvo Serer
José Carlos Martín de la Hoz
Ferran Gallego, El Evangelio fascista. La formación de la cultura política del franquismo (1930-1950), ed. Crítica, Barcelona 2014, 979 pp.