En la primera Encíclica del Papa Francisco recordaba que la revelación ha sido entregada por Dios a la Iglesia para su profundización y conservación, pero también señalaba que debe ser propuesta a los hombres de todos los tiempos, aunque recordaba que alguno de sus contenidos pueda ser más oscuro: “Cada época puede encontrar algunos puntos más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe (cfr. 1 Tim 6,20), para que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe” (Papa Francisco, Lumen fidei, n. 48).
Entre los aspectos que hoy día deben ser tratados se encuentra el problema del mal, cuestión antigua y nueva que produce desconciertos y desconfianzas hacia la revelación. Ante el misterio del mal moral la filosofía no ha dejado de profundizar desde la antigüedad, pero sus respuestas no han logrado ser planamente concluyentes, pues es un misterio, o como de decía Boecio una hidra de mil cabezas.
El Profesor Rüdiger Safranski en detiene sobre el problema del mal a lo largo de la historia hasta la actualidad. Comienza con el trasfondo pesimista y trágico de la religión griega. Inmediatamente señala que “Con el pecado original se abre una grieta en la creación, un desgarro tan profundo que Dios, según la historia de Noé, está a punto de revocar la creación” (23). En efecto, el alma del hombre ha sido creada inmortal, pero como añade el autor: “La prohibición crea el conocimiento que ella prohibe” (24). Ya conocen el bien y el mal antes de la caída, después sus consecuencias. “El problema está en que el conocimiento todavía no se halla a la altura de la libertad. Pero el hombre aprenderá, y aprenderá a través de los fracasos” (24).
Seguidamente desarrolla con gran altura la aportación de San Agustín. “Desde entonces vive con el pecado original, a manera de una pendiente inclinada, que lo hace caer una y otra vez. Así pues el hombre no encuentra su fundamento en si mismo, ni tampoco por debajo de él, en la naturaleza que ya está acabada. El hombre, en cambio, tiene por delante la tarea de terminarse. Sólo puede encontrar en fundamento por encima de sí mismo: en Dios” (34). Para San Agustín el hombre es el escenario de una confusión: ni obedeció a Dios ni puede obedecerse a si mismo.
Seguidamente expondrá el pensamiento de muchos de los grandes pensadores de la modernidad: Schelling, Schopenhauer, Hobbes, Kant, Rousseau, Goethe, Marx, Comte, Hegel, Adam Smith, Marqués de Sade, Kafka, Freud, Nietzsche y Hitler.
En este último se detendrá de manera especial, pues “Hitler que tanta aniquilación trajo, no surge de la nada, sino que recibe una herencia de finales del siglo XIX que le lleva a ver el mundo humano desde la perspectiva del biologismo y del naturalismo” (215). Y señala que en los campos de exterminio se buscó: “exonerar al individio de reflexiones morales y transformar el delito en un proceso de trabajo que, en definitiva, puede realizarse como una costumbre” (233).
Se intentó “La banalidad del mal” (244).
Terminemos con el comentario de nuestro autor al Libro de Job. “Lo que existe habría podido no existir. La fe en la creación conoce esta contingencia del principio, pero la interpreta como un acto de amor. El amor es el fundamento del ser; con eso comienza todo” (276).
José Carlos Martín de la Hoz
Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad, ed. Tusquets, Barcelona 2013, 6ª ed., 235 pp.