Si encargamos a un alumno la traducción al castellano de un relato escrito en inglés en el que se cuenta que la protagonista está constipated, puede que venza la pereza y acuda al diccionario o que, fiado en la semejanza entre este adjetivo y otro castellano similar, traduzca que la mujer está constipada o resfriada o acatarrada. En el segundo supuesto, habrá metido la pata lamentablemente, porque constipated significa ‘estreñido’.
Estamos ante un ejemplo de los llamados “falsos amigos” que José Martínez de Sousa, en su Diccionario de redacción y estilo, define como “Términos correspondientes a lenguas diferentes, de etimología y morfología semejantes, pero cuyos sentidos son parcial o totalmente distintos”. Se dan con bastante frecuencia, sobre todo entre idiomas que tienen raíces comunes o que reciben fuerte influencia mutua, y se trata de una cuestión que pone sin duda a prueba los conocimientos del traductor. No ocurren solo con el inglés, si en un texto en catalán, por poner otro ejemplo, se escribe sobre el dolor en la espatlla cabe suponer que se refiere a la espalda, pero no es así, porque en catalán, espalda es esquena y, en cambio, espatlla significa hombro.
Estas confusiones no les suceden solo a los estudiantes, es frecuente encontrarse con desagradables sorpresas en libros traducidos –se supone que por expertos– y editados, como en una novela infantil en la que se lee que un niño juega con una espada en la playa, mientra que en el original en inglés se dice que el niño juega con una pala (spade). Hace algunos años, la editorial Gredos publicó el Diccionario de falsos amigos, inglés-español de Marcial Pardo, que tiene más de quinientas páginas. Es decir, no se trata de un asunto menor. Un consejo de amigo no falso: no hay que tener nunca pereza para consultar diccionarios.
Luis Ramoneda