El valor delos libros desde la antigüedad siempre ha sido de gran importancia, pues a ellos siempre se podía volver y, además, encerraban el saber humano y las ciencias sobre Dios. Fueron especialmente importantes desde el final del Imperio Romano, pues conservaron a lo largo de los siglos, los tres elementos sobre los que se construyó la cultura occidental: la Sagrada Escritura, la filosofía griega y el Derecho Romano. 

La aparición de las Universidades y el Renacimiento completaron la recuperación del mundo del conocimiento. La llegada de la Imprenta impulsó la difusión del libro y su tránsito de los monasterios, catedrales y universidades a las casa particulares y a la burguesía naciente.

El mundo de la censura no tuvo su origen en la Inquisición, ni fue materia que le correspondiera a ella en exclusiva, sino en las autoridades civiles y religiosas quienes descubrieron que las ideas vertidas en los libros, a través de la imprenta llegaban a cualquier lugar del mundo, los libros volaban y llegaban a cualquier persona y de ellos brotaban las ideas.

La imprenta fue una revolución en su tiempo y se consideraba, en un primer momento, como un avance la libre circulación de los libros, por lo que el levantamiento de aranceles que se impuso facilitaba que un país creciera y avanzara en el concierto cultural y social.

Pero pronto las autoridades civiles y eclesiásticas descubrieron sus límites y peligros y comenzaron a imponer la censura previa o el imprimátur, es decir, la censura. En 1501 el Papa Alejandro VI impone el imprimátur, en 1515 el  Concilio V de Letrán vetaba la impresión de libros sin la autorización de los obispos y en 1540 la función de la censura de libros se hacía exclusiva de la Inquisición.

Esto dio lugar en 1540 a la primera lista de libros prohibidos  y en 1571 se constituyó  la Congregación Romana del Índice (168). En España los dos grandes índices fueron los de 1551 y 1559, de Fernando de Valdés, y el de Gaspar de Quiroga en 1583-1584. Además, en 1558 Felipe II había establecido que ningún comerciante introdujera en Castilla libros sin licencia. Es más, imprimir sin licencia significaba pena de muerte (39).  

Respecto a América, recordemos que en 1571 se estableció el Tribunal de México dependiendo de la Suprema Inquisición y, entre sus funciones, estaba la de velar por el índice libros (78).

Al trabajo que estamos comentando le falta precisión cuando afirma que en la Península se persiguió "herejías como el judaísmo y el mahometismo" (147-148). En realidad debe referirse a conversos que practicaban en secreto el judaísmo o el Islam, es decir apóstatas.

Son interesantes, en cambio, las falsa denuncias relatadas por el autor que se presentaban por envidia, como la interpuesta por fray Buenaventura de Baeza contra fray Matías Diéguez, de la misma orden religiosa y convento, por el libro publicado por el segundo denominado  Espejo de luz (166-167).

También son interesantes los datos aportados sobre la escasa eficacia acerca de las medidas sobre el control de la entrada de libros tanto en los puertos de Cádiz y Sevilla, como en los puertos de América, donde llegaron muchos más libros en toneles desde muchos puertos de Europa (276-277). Es patente, que al igual que en la Península siempre faltaba personal (285).

También el autor se detiene acerca de la autocensura a la que se sometían los propios autores para evitar en sus obras ciertos temas o ciertas expresiones. Es lo que ahora denominamos "políticamente correcto".

En suma un trabajo compilatorio con historias interesantes y buena documentación de los archivos americanos que merece la pena leer con detenimiento.

 

 

José Carlos Martín de la Hoz

 

José Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel. Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), ed. Fondo de cultura económica, México 2011, 414 pp.