Entiendo que haya a muchas personas a quienes se les ha ocurrido poner un gimnasio. Debe ser un negoción, porque según se atiborra el personal a comer deberíamos tener gordos por todas partes. Y los hay, pero los hombres de mediana edad tiran como locos al gimnasio o al deporte en general, entre otras cosas para bajar peso. Y de las mujeres ya no digamos. Pero ellas cuidan bastante más el no comer demasiado en el día a día. No tienen ningún reparo en tomar sacarina en lugar de azúcar.
Alucino con los master chef y todos esos espectáculos lamentables. No me parece mal que haya un concurso de cocina o un experto que dé clases a potenciales cocineros, pero estos espectáculos televisivos, que nos meten por los ojos queramos o no –luego además dicen que la Uno no tiene publicidad…- me parecen un canto a la gula, vía exquisitez, y a fomentar una vez más todos los condimentos para una sociedad hedonista sin tapujo alguno. Me parece un insulto para tantas personas de todo el mundo que apenas tiene para comer.
La sobriedad es una virtud, la templanza engloba a la anterior y a otras muchas, pero así como no se ve demasiado bien a una persona que tiene pornografía en su casa, o que permite que sus hijos vean porquerías, sin embargo nadie cae en la cuenta de que cuando estamos educando en el buen comer, desde pequeños, estamos dejando de lado la sobriedad y en gran medida la templanza. La educación, en muchos casos, pasa ahora por enseñar al niño a buscar lo más apetecible. Yo he oído tantas veces que la enseñanza es ayudar al niño a salir de sí mismo, que ahora no puedo entender cómo se promociona en los mejores centros el afán de comer bien.
El siguiente paso será que aprendan cual es el mejor vino –ya tiene que ver bastante con las buenas comidas- y a prepararse una copa ginebra con no sé qué más cosas. Y que se envicien desde jóvenes a las bebidas alcohólicas y a las drogas. De una cosa a la otra hay un pasito. En el fondo es todo lo mismo: destemplanza. Y después los papás imprudentes se alarmarán un montón cuando vean que el niño está fumando, o que toma drogas.
Me asusta el adulto destemplado. Se le ve a la legua, es un aire, es una impresión como de que él sabe lo que es bueno y sabe aprovecharlo, mientras que hay una serie de tontos que no se enteran. Y luego vienen los sustos, con los problemas de salud, con los trastornos psíquicos, pero ninguno de estos incontinentes reconocerá que tiene un problema muy gordo. Es como si viviéramos en una civilización monstruosamente incoherente, donde nos atosigan con la cantidad de cosas que son malas para la salud, los numerosísimo productos cancerígenos, y al mismo tiempo nos hacen adictos a cantidad de delicias que nos envician.
Antes se comía bien dos o tres veces al año, en Navidad, cumpleaños y algún otro día extraordinario. El resto macarrones, garbanzos y unos cuantos productos sanos de la tierra. Pero ahora priva la exquisitez, y al mismo tiempo una necesidad de ejercicios tremenda en aras de la estética. La gula ha estado desde el principio del mundo entre los pecados capitales. Algunos pensarán que eso no tiene importancia, pero los pecados siempre hacen daño, al cuerpo, al alma y la sociedad.
Ángel Cabrero Ugarte