Un padre del desierto

 

Con ese título se señalaba en la antigüedad cristiana a aquellos autores que destacaban por su eximia santidad y su profundidad mística y teológica, entre los miles de eremitas que habían tomado el camino del desierto buscando la santidad. Es ya un lugar obligado en los tratados de historia de la teología la referencia a aquella rica veta de teología espiritual y mística que brotó en aquellos apartados lugares entre los siglos IV y V y que nunca se ha extinguido, aunque sí que el número de monasterios y eremitorios haya disminuido en Egipto; siria y Grecia.

De hecho en la Iglesia Ortodoxa y Copta sigue siendo tradicional que muchos de los obispos y eparcas procedan de esos monasterios apartados donde se recogen antiguas tradiciones, reglas beneméritas y textos de una gran belleza y profunda teología.

El escritor católico Pablo d'Ors, buen conocedor de la vida y obra del  beato Charles de Foucauld, en uno de sus últimos trabajos, se ha referido a Foucauld con ese significativo título de Padre del desierto: "Un padre del desierto para hoy. Las siete palabras de Charles de Foucauld".

Al desgranar esas siete palabras explica: "A Foucauld, por tanto, para entenderlo en su verdadera dimensión, hay que hermanarlo con Dionisio Aeropagita y Efrén el Sirio, con Isaías el Anacoreta o Gregorio Nacianceno. (…). Su misión no fue la de fundar algo radicalmente nuevo, sino la de reinaugurar para occidente un camino contemplativo que había quedado en el Oriente cristiano, en particular en la república monástica del monte Athos" (130).

Pablo d'Ors enuncia en siete palabras la síntesis de la aportación de Foucauld: búsqueda, conciencia, desierto, adoración, nombre corazón y fracaso" (130). Seguidamente desgrana cada una de ellas magistralmente: búsqueda incesante del rostro de Dios (131). Examen de conciencia diario, "mirándose en el espejo de Jesucristo, su Bienamado, estudiando lo más conveniente y oportuno. (…). No solo era una enamorado, eso huelga decirlo, sino un estratega: alguien que planificaba su entrega"" (131-132).  El desierto era el lugar adonde Dios quiso llevarle. "Y allí era donde el destino y la providencia lo esperaban" (132). Seguidamente añade: "En medio de ese desierto, espejo de su conciencia y territorio de sus búsquedas, Foucauld adora" (133). El nombre, el arma de su adoración es enseguida señalada: "con un arma tan sencilla como eficaz: el dulce nombre de Jesús. Pocos hombres en la historia han dejado un testimonio tan elocuente de su apasionado amor por Jesús de Nazaret" (134). De ese modo, repitiendo se nombre con pasión "fue arraigando en su conciencia y en su corazón, de modo que ambas partes, unidas al fin en lo que podríamos llamar el corazón consciente, eran el lugar en que esa Presencia moraba" (135). Finalmente en uno de los grandes momentos de este trabajo dirá nuestro autor de Foucauld: prefirió los últimos puestos a los primeros, la vida oculta a la pública, la humillación al encumbramiento. Por todo ello, Foucauld es esa imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia. Y por todo ello veo a menudo a las gentes del mundo caminando en una dirección y a Foucauld en la contraria"(136).

José Carlos Martín de la Hoz

Pablo D'Ors, Un padre del desierto para hoy. Las siete palabras de Charles de Foucauld, en Epílogo del libro D.P. Lagarriga, De tu hermano musulmán,  ed. Fragmenta editorial, Barcelona 2016, pp. 129-137.