Es algo irónico, incluso contraproducente, que se exijan los derechos que se tienen como ciudadano, pero no se cumpla con las obligaciones que vienen con la ciudadanía. Y es que da la sensación que muchas veces nuestras actuaciones en la sociedad están cimentadas más bien en la exigencia de todo tipo de derechos, que en el cumplimiento general de nuestros deberes.
Decía Cicerón en una de sus citas: “No hay fase en la vida pública o privada libre de deberes”. Lo que nos hace pensar que las gentes de su época también empatizaban más con los derechos que con los deberes.
Los derechos en aquella sociedad llegaron hasta nuestros días a través de su Derecho Romano, todavía estudiado en la actualidad en nuestro derecho comparado. Pero es cierto, también, que Roma fue olvidando deberes y obligaciones, relajando su moral y costumbres, y poco a poco fue perdiendo protagonismo y efectividad juntamente con la caída del Imperio. Todo ello, tras una decadencia motivada –entre otras razones históricas conocidas– por el debilitamiento de principios y valores, el olvido de deberes y obligaciones ciudadanas, y, sobre todo, por la activación de miserias humanas, vicios y corrupciones, similares a las de nuestros días en esta civilización occidental que nos ha tocado vivir.
En 1948, las Naciones Unidas proclamaron la Declaración Universal de Derechos Humanos. Si tenemos en cuenta a Gandhi, faltó también acompañar a esos Derechos la inclusión de otros tantos Deberes, para que años después, los primeros se pudieran cumplir y luchar con los segundos para entre todos hacerlos realidad.
La ausencia de deberes políticos y sociales, étnicos y éticos o religiosos y morales, han facilitado el incumplimiento de la citada Declaración, impidiendo su desarrollo e implantación general en las sociedades contemporáneas, y prácticamente ignoradas en los países del llamado Tercer Mundo, y así nos encontramos ahora con crisis políticas, económicas, de reinserción y de injusticias y desigualdades de complicada solución, como el hambre, la salud, la educación, los movimientos migratorios, las guerras, los refugiados...
Al hacer un breve estudio comparativo y superficial entre las principales religiones monoteístas de nuestro entorno, lo primero que se desprende es que en todas ellas ocurre lo contrario. Se da prioridad a los preceptos, mandamientos y deberes ante los derechos, porque al parecer, estos deberían estar –como decía Gandhi– respaldados por los deberes. Por referirme solo al cristianismo, los “Mandamientos” son un compendio breve y completo de deberes u obligaciones de lo que debe ser el respeto a la dignidad en las relaciones humanas. Los “mandamientos” sí podrían ser la base de una buena asignatura de “educación para la ciudadanía”, porque en ellos, aun para aquellos que quieran prescindir de Dios, se dice de “amar al prójimo, de no mentir, no matar, no robar, no violar”... que si se cumpliera, el mundo cambiaría a mejor en pocos años de forma radical. ¡Pero claro, con el laicismo, relativismo y materialismo reinante hemos topado!, pues eso de los Mandamientos no están de moda y no “molan”. Ello implica compromisos y normas, deberes y obligaciones, esfuerzos y solidaridad difíciles de cumplir. Cuenta más para el hombre actual lo sensitivo y fácil, lo contable y material, en definitiva, que le molan más los derechos que las obligaciones.
Ciertamente, nuestra sociedad no iba tan bien como decían, y ahora, tampoco. Nos da la sensación que estamos dando como Nación la imagen de un país lleno de derechos y bastante vacío de obligaciones y deberes, poco edificante en lo moral, con una corrupción pública y privada en todos los niveles sociales, y con una sociedad con deberes en baja y derechos al alza. La solución es difícil, pues aunque los Decretos-Leyes de derechos dan votos a quienes los promulgan, es cierto, también, que quienes se atrevieran a legislar el mismo número de deberes y obligaciones, su futuro político no lo tendría muy claro.
Muchos pensamos que la regeneración de principios y valores y el equilibrio entre derechos y deberes, debe venir desde la base social, “de abajo-arriba”, luchando todos por los derechos, por supuesto, pero con las armas de los deberes, como decía Gandhi hace más de un siglo.
Es buen momento para que los españoles reflexionemos que el reconocimiento de los derechos y las responsabilidades que le acompañan indivisiblemente, es la única forma en que se podrá edificar la sociedad equitativa y solidaria que todos pretendemos para España.
Emilio Montero Herrero