El conflicto del móvil

 

Hace pocos días, en los pasillos de la universidad, vi a cuatro alumnas formando un estrecho corro, cabezas agachadas, como si se estuvieran contando un secreto muy íntimo, como si quisieran mantenerse al margen de los demás alumnos y profesores que se cruzaban en el mismo lugar. Pero al acercarme me di cuenta de que estaban cada una con su móvil, las cuatro muy juntas, pero cada uno en lo suyo.

Esta es mi interpretación. Quizá lo que ocurría es que todas ellas estaban buscando algo importante, o comunicando a sus respectivas amigas una noticia trascendental. Vete tú a saber. Siendo, como eran, alumnas mías, a quienes conozco un poco, gente buena y con buenas notas, tengo que pensar en lo mejor. Pero el hecho es que con el tema de los móviles cada día vemos actitudes más extrañas, costumbres más curiosas.

En cualquier caso, y dejando de lado el hecho de que hagan cosas santas o viles con sus móviles, lo que sí hay, en general entre los educadores -y no siempre entre los padres-, una seria preocupación por la adición tan notoria que producen los móviles entre muchas personas. Si no hay una gran preocupación por parte de algunos padres es porque son ellos los primeros implicados, lo cual es todavía más preocupante.

Lo que puedan hacer mayores o jóvenes con el móvil es de tal variedad que difícilmente podemos seguirlo quienes hacemos un uso mucho más moderado. Pero sí sabemos que hay muchas costumbres peligrosas, que tienen que ver con las redes sociales, con los videos o con ciertos juegos. Como en todo, podemos encontrarnos con cosas buenas y muy buenas, y con cosas malas y muy malas. Pero en cuanto existe un riesgo cierto de adición, el peligro es inminente.

Ante esto, los padres, los educadores, deben tomar cartas en el asunto, pues es su responsabilidad. Pero el problema es más grave con los adultos, a quienes, una vez inficionados, es difícil hacerles ver los posibles peligros -independientemente de los contenidos- que supone una atadura psicológica al aparato, que determine en gran medida su vida. Como no hacen mucho caso a otros adultos, amigos o familiares, no quedará, en algunos casos, más remedio que llevarles al psicólogo.

Se pueden hacer ciertas pruebas: ¿eres capaz de estar dos horas con el móvil apagado, o en manos de otra persona? Sería lo necesario para tener en paz una fiesta familiar, una reunión para comer o cenar, o ver el partido. ¿No es verdad que nos encontramos con personas que, incluso en esos momentos, tienen que mirar y mirar, e incluso escribir? Estamos, por lo tanto, ante un problema social, porque en no pocas ocasiones se está faltando a la cortesía más elemental.

Ciertamente puede haber situaciones especiales, y quizá hay que advertir a los asistentes que uno está pendiente de una llamada urgente. Esto debería ser una excepción, pero puede ocurrir, y estamos dispuestos a entender. Pero la realidad es que la tendencia a curiosear el móvil en cualquier momento es grande y vemos, a veces, personas sentadas a la mesa, en un restaurante, que no están hablando entre ellos, porque están distraídos con el móvil. Bien es verdad que esto viene precedido por la triste costumbre de estar comiendo y viendo la televisión.

No es un problema que se pueda obviar, porque nos va un futuro próximo peligroso, si la formación y la información tienen que ver casi solo con esos medios.

Ángel Cabrero Ugarte

Leonard Sax, El colapso de la autoridad, Rialp 2017