El profesor de la Sorbona, Rémi Brague (1947), especialista en filosofía judía y musulmana en la Edad Media, hace un esfuerzo intelectual en este trabajo para acercarse al siglo XVII. Traza, desde Descartes el itinerario del gigantesco proyecto de la modernidad que pretendía poner al hombre en el centro del universo, del pensamiento y del progreso.
Como no podía ser de otro modo, al partir de una falsedad, el proyecto estaba llamado al fracaso por agostamiento y falta de raíces antropológicas verdaderas. Precisamente esta podría considerarse como la médula de esta obra de Brague; premio Ratzinger 2014, y uno de los más finos intelectuales católicos de comienzos del siglo XXI: El hombre ni está por encima de los ángeles, ni puede sustituir a Dios en la primacía del ser. Aunque es verdad que Dios entregó el mundo al hombre para su gobierno y que tiene dominio efectivo sobre la creación: la gobernanza ha de ser analógica, como Dios lo hace, nunca despótica ni destructora.
Tampoco el dominio ha de ser humillante para la dignidad de la persona humana, pues parte de la raíz de la abolición de la esclavitud, lo expresará, por ejemplo, Gregorio de Nisa, cuando en su homilía sobre el Eclesiastés (IV, 1, SC: 416, 1996, 26-228) afirmaba que mientras el hombre recibe la misión de dominar a los animales, hacerlo con los demás hombres sería una grave perversión.
Es muy importante estudiar con Brague cómo empieza a variar el sentido del dominio desde la antigüedad hasta la modernidad, desde el dominio sobre los animales, el dominio de los esclavos, el dominio de uno mismo, etc. Por eso nos dirá Brague: “La desaparición de la esclavitud es la condición que permitió el nacimiento del maquinismo. Es también lo que ha hecho pensable un dominio ejercido sobre algo distinto a lo humano. El dominio, una vez liberado de su vínculo con lo humano, podrá en lo sucesivo recaer sobre la «naturaleza» en general” (54).
El interesante itinerario descrito por nuestro autor, entre Descartes y sucesivos constructores de la modernidad, hasta nuestros días, subraya de modo especial al inglés Roger Bacon y, especialmente, su obra Novum Organum, sobre la que vale la pena volver (96), para caer en la cuenta del giro operado: el conocimiento ya no está destinado esencialmente a la contemplación, sino al poder (102). Los sueños de Bacon sobre la aportación de la ciencia a la vida del hombre son espectaculares (106).
También es interesante cómo nuestro autor va caracterizando el hundimiento de la modernidad, desde la negación del pecado original por parte de algunos ilustrados: "se cuidan mucho de negar la evidencia de que el hombre actúa mal, pero rechazan ante todo el dogma del pecado original, y más aún la necesidad de la gracia para eliminar sus consecuencias" (121). Es claro que matando el alma se mataba al hombre (205), pero la modernidad no parará hasta intentar certificar la muerte de Dios (259) y la extinción de todas las luces (261). Pero, Dios y el hombre sencillo, sigue mirando y comprobando que todo lo creado es muy bueno (280): "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto" (Gen 1,31).
José Carlos Martín de la Hoz
Rémi Brague, El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, ed. Encuentro, Madrid 2016, 400 pp.