Como es bien conocido, G. Lenotre es el pseudónimo de Louis León Théodore Gosselin (1855-1935), un cumplidor funcionario del ministerio de Hacienda, que dedicaba sus horas libres a una afición que le convirtió en uno de los historiadores franceses más famosos del siglo XX. Esta profesión de historiador se le aplica a Lenotre en el sentido más actual de la expresión, pues tanto por los temas, como por la metodología utilizada, siempre supo estar a la cabeza de la investigación y, además, llegar al gran público, con un estilo directo, ameno, sencillo y lleno de detalles.
Socialmente relevantes son sus trabajos relativos a la Revolución francesa, pues supo, como pocos, expresar la ambientación histórica de la Revolución de modo casi global, cubriendo las facetas arquitectónicas, filosóficas, espirituales, literarias, culturales, artísticas y hasta culinarias. La obra sobre París y la Revolución que ahora queremos comentar, arranca con un completo perfil de la vida, las raíces culturales y formación del joven abogado Maximilien Robespierre (1758-1794) elegido como representante del tercer estado, que llega a la capital francesa desde la pequeña ciudad de Arrás.
Las primeras páginas nos llevarán del encumbramiento como orador hasta lograr convertirse en uno de los más importantes miembros de la asamblea, para terminar con un final triste, como el de la mayoría de los protagonistas de esta historia, pues realmente La Revolución se tragó a sus principales instigadores (160).
En efecto, todo empezó el 19 de octubre de 1789, cuando los Estados Generales se trasladaron a París y se instalaron en una sala prestada por el arzobispo de la ciudad, desde allí los diputados continuarán inundando Francia de más y más discursos (89).
Lógicamente la solución del Palacio Episcopal era provisional, pues los ochocientos oradores necesitaban más espacio para escuchar y discutir, así que el Palacio se les quedó pequeño y andaban buscando una solución (92).
Diecinueve días después la Asamblea decretó que los bienes de la Iglesia serían puestos a la disposición de la nación y poco después incorporaron los cercanos monasterios de los Fuldenses y de los Capuchinos donde instalaron un buen número de servicios. La atrevida propuesta procedía del obispo Talleyrand y la sesión final, con votación unánime y con aclamación, fue presidida por el abogado del clero Camus (93).
Este capítulo se completará con el asesinato sistemático, cruel y capilarmente diseñado de los obispos, sacerdotes y religiosos en un int3nto por acabar con las personas sagradas, edificios religiosos, símbolos, sacramentos, y desfigurando los calendarios y fiestas y hasta las cruces de los caminos.
Lo que parecía al principio como una cacería humana (165) o el desfogue del anticlericalismo terminó por ser el esfuerzo más sistemático de la historia por borrar las huellas del cristianismo y entronizar la diosa razón.
El 10 agosto 1792, tuvo lugar el asalto al palacio de las Tullerías y junto a la detención de la familia real se desató un pavoroso incendio y una orgía de muerte y destrucción (119).
Teóricamente desaparecida la Iglesia y la menarquia ya se habrían conseguido eliminar los límites dela razón y con la enciclopedia, se impondrían los principios de la unidad, la igualdad y la fraternidad.
El libro está lleno de planos, fotografías e ilustraciones de los lugares de Paris donde se desarrolla la trama de la Revolución Francesa y que vale la pena revisar, contemplar y detenerse, pues además de su magnífica factura, ilustran verdaderamente esta apasionante historia.
José Carlos Martín de la Hoz
G. Lenotre, París revolucionario, ediciones More, Madrid 2017, 478 pp.