El proceso de Carranza

 

El famoso proceso inquisitorial del cardenal arzobispo de Toledo, el teólogo navarro dominico Bartolomé de Carranza (1503-1576), ha pasado a la historia como un icono de la furia inquisitorial de Felipe II y del así llamado control ideológico del pensamiento fundamentalista en España, a partir del regreso del monarca a la península en 1559.

Eran tiempos intensos: "tiempos recios", los llamaba Santa Teresa. En ellos se vivía la espléndida renovación de la teología católica, la profunda espiritualidad española con una pléyade de santos, el comienzo del siglo de Oro de las letras y del arte español. Pero también se vivía con miedo al influjo protestante, que estaba separando de la Iglesia Romana a media Europa. Momentos de tensión y de defensa de la fe en los monarcas, el clero y el pueblo.

En ese ambiente, surge a mitad de siglo un enfrentamiento entre el Inquisidor General y Arzobispo de Sevilla, Fernando Valdés y el recién nombrado Arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, confesor del Rey teólogo Imperial en el Concilio de Trento.

Estamos en el ocaso de la vida del emperador Carlos V y en el comienzo del reinado de su hijo Felipe II. Gobernaba la Iglesia el papa Paulo IV, y pronto se celebraría el último período del Concilio de Trento.

En realidad, ante tanta leyenda negra como se ha extendido sobre Felipe II, lo que se puede deducir de las actas del proceso estudiadas y publicadas por el famoso historiador de la Iglesia, el profesor José Ignacio Tellechea, es que se trató más bien fue de un empeño personal del Inquisidor General.

Como se puede comprobar, desde que el asturiano Fernando de Valdés, fuera nombrado arzobispo de Sevilla, ya tenía una profunda inquina y aversión de Carranza. El informe del teólogo Melchor Cano, catedrático de la Universidad de Salamanca, mostraba a dos grandes cabezas del momento enfrentadas por cuestiones doctrinales. El motivo fue un catecismo, excesivamente prolijo en opinión de Domingo de Soto, que había publicado Carranza en los Países Bajos en lengua vernácula.

Fernando de Valdés, fue el juez de la causa y al no poder demostrar la herejía del encausado, ni tampoco la pertinacia, se vio envuelto en una cuestión personal contra Carranza y sus enemigos, incapaz de resolver un proceso que se le había enconado.

Finalmente, la Santa Sede con buen criterio, en 1567, decidió asumir la causa, contra el parecer de Felipe II que veía disminuidas sus funciones, tanto por la importancia del encausado, como por el grave escándalo y grave que se había generado al vulnerarse el más elemental principio de presunción de inocencia y de haberse actuado con animosidad. El Inquisidor General Valdés fue cesado en 1567 y falleció al año siguiente

De hecho, la resolución del caso fue la absolución del encausado y la petición de eliminar del catecismo que había redactado, alguna de las afirmaciones que allí se vertían porque podían malinterpretarse.

Prueba de la validez general del texto del catecismo de Carranza es que buena parte del mismo servirá de base para el catecismo de párrocos o catecismo romano que será publicado primero en latín y después en las diversas lenguas, pocos años después por el papa San Pío V.

El problema fue que el cardenal Carranza no pudo regresar a Toledo con todo el honor que se merecía para recuperar así la fama y serle restituido en su servicio a la Iglesia desde la sede primada de España, sencillamente porque falleció a los pocos días.

José Carlos Martín de la Hoz

José Miguel Cabañas, Breve historia de Felipe II, ed.nowtilus, Madrid 2017, 316 pp.