Con motivo del jubileo del año 2000, hace ya casi veinte años y casi al final del pontificado de san Juan Pablo II, el sacerdote catalán Antonio José Gómez Mir, realizaba una completa investigación histórica, teológica y espiritual del Misterio insondable de la Santa Misa y nos ofrecía un sencillo trabajo de síntesis con una valiosa aportación.
Vale la pena volver sobre sus palabras, pues, como demuestra el autor, desde el principio del cristianismo estaba la Misa como algo esencial, como el gran apoyo. De ese modo, valorando lo que significaba para nuestros padres, podremos nosotros caer en la cuenta y partir de esta gozosa realidad: “La eucaristía es fuego divino que purificará nuestros pensamientos, palabras y acciones. Es la luz que iluminará nuestros ojos para que no se desvíen del camino hacia nuestro verdadero fin” (16).
Así pues, la Santa Misa es el milagro de cada día. De modo que el Doctor Gómez Mir nos impulsa a saborear las palabras de san Ignacio de Antioquía en el año 107: “la carne de nuestro salvador, la carne que sufrió por nuestros pecados, la carne que, en su bondad, resucitó el padre” (16).
De hecho, a lo largo de estas páginas, el autor nos animará a hacer muchas veces la oración con los textos de la Misa y con el significado del Santo Sacrificio: “el cristiano tras comulgar debería caer en éxtasis de adoración y de amor” (21).
Enseguida desarrolla lo más interesante de este trabajo que es el breve, pero intenso recorrido por la Liturgia de la Misa desde el comienzo, con la preparación y el recogimiento interior y el final, con los minutos de acción de gracias.
Comenzamos como en cualquier otra acción litúrgica y sacramental de la Iglesia con la señal de la cruz y la invocación al Padre, Hijo y Espíritu Santo y la terminaremos con la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. El “Señor esté con vosotros y con tu espíritu”, nos sitúa en la oración común. Enseguida hay una purificación antes de comenzar la Misa y el examen de conciencia sobre si podremos comulgar o la misa será la preparación de una honda conversión sin comulgar. Es el instante de examen y el confiteor.
Con las lecturas se trasmite la Palabra de Dios y con la homilía la Palabra de la Iglesia: “La verdad que has aprendido, enséñala tú también; di las cosas de una manera nueva, pero no digas novedades” (S, Vicente de Lerins, Commonitorium Madrid 1976, p. 22). El credo los domingos nos une plenamente a toda la Iglesia.
Finalmente nos recuerda que la Plegaria Eucarística es una larga oración sacrificial que termina con la consumación del sacrificio y la comunión de los fieles. En el centro de ella están las palabras de la consagración que recitó Jesús y que el sacerdote ahora repite in persona Christi: “Tomad y comed” (Mt 26,26). La culminación no podía ser más conmovedora: “Podéis ir en paz”, porque la ofrenda ha sido enviada y ha sido aceptada. Dios ha derramado los tesoros del perdón y de la misericordia
José Carlos Martin de la Hoz
Antonio José Gómez Mir, El milagro de la Eucaristía, ed. Scire-Balmes, col. Temas perennes, Barcelona 1999, 106 pp.