Segundo premio del IV Certamen de Relato Breve de C.U. Villanueva 2018

 

Para siempre

Ella no recordaba a ese hombre. Estaba sentado al lado suyo, sus ojos pardos brillaban húmedos de lágrimas que nunca llegaron a ser. Su estilo de vestir extraño, su cara apagada y su aspecto en general poco adecentado la incomodaban. Él, al ver que ella lo examinaba, sonrió; lo que le hizo sentirse violenta, no quería llamar su atención.

¿Qué hacía ahí? No recordaba haber llegado a esa habitación de colores demasiado vivos, con fotos en la repisa de gente que no conocía, tumbada en la cama de un extraño.

¿Cuánto tiempo había pasado dormida? No recordaba la última vez que se durmió antes de despertarse allí. ¿Ese hombre la había traído? ¿La había drogado tal vez? Ella sentía que no. De alguna forma intuía que le conocía, tal vez debía darle la oportunidad de explicarle todo.

-Hola, Sara -dijo él con un estremecedor rostro mezcla de su sonrisa atenta y sus ojos tristes-. ¿Sabes quién soy? ¿Sabes dónde estamos?

Simplemente negó con la cabeza, al hacerlo le dolía de modo que su gesto fue tosco y lento. No vio en el rostro de aquel hombre nada, ni decepción, ni alegría, ni tristeza.

-¿Dónde está mi mamá? ¿Y mis hermanos? No recuerdo haber estado nunca aquí -dijo ella dejando entrever algo de miedo en su tono.

Él no supo qué responder, parecía que esa pregunta no la esperaba. Entonces algo pasó por la imaginación de aquel hombre y le hizo emocionarse.

-¿Sabes una cosa? Vengo del futuro y lo sé todo de ti y de tu familia. Tu madre, Paz, está bien pero se ha tenido que ir un momento, Tino, tu padre, está trabajando y Santiago y Juan están jugando al fútbol. Ellos volverán pronto. En cuanto a ti, Sara, aunque tú creas que vas a ser una gran pianista, doctora y jugadora de baloncesto, lo intentarás y descubrirás que hay cosas que te harán más feliz.

Ella sorprendida de que recordase todos aquellos “sueños” que ella no le había confesado a nadie y que hacía mucho, mucho tiempo que no recordaba, sintió que tenía que escucharle. Puede que no viniera del futuro, pero había algo en lo que decía que despertaba curiosidad en Sara.

Con la mirada llena de ilusión y un gesto casi enérgico de cabeza, la chica le animó a seguir contándole cosas que sabía de ella.

-Vivirás una guerra, Sara, aquí en Madrid. Os iréis a vivir a otra parte de la ciudad en ese momento. ¿Puedes ver lo que te estoy diciendo? Si te concentras, creo que puedes recordar cómo tu madre cantaba en aquella casa con tus doce primos y sus tres hijos.

Ella cerró los ojos y empezó a oír una suave melodía intentando tapar con aquella delicada voz atronadores ruidos de bombardeos. Pero viendo aquella imagen que aquel hombre parecía traer del futuro no sentía miedo, recordaba a su madre, recordaba a su padre. ¿Cuándo volverían a casa? Debía decirles todo aquello.

El hombre parecía emocionado de que a través de él, ella pudiera ver el futuro.

-Pero todo merecerá la pena, porque acabará y gracias a ello le conocerás a él, a Fernando. Él te conocerá en la universidad y después de años contigo, demostrándote lo que te ama, te dirá que quiere que estéis juntos para siempre.

-¿Cómo es él?- preguntó la chica.

-Es totalmente diferente a lo que esperas. Es desenfadado, pero serio cuando tiene que serlo y responsable siempre. Es guapo como él solo, castaño, ojos azules, fue atleta… Y te ama, te ama con locura, siempre lo hará. Él dijo que cuando se dio cuenta de que te quería, su vida se convirtió en hacerte feliz de todas las maneras. Intenta verle como has hecho antes con tu madre.

Ella no se guio por la vaga descripción física que le había proporcionado, buscó un momento de felicidad pura y vio a un hombre a su lado, sentado en un prado y con la mano sobre su hombro, mirándola a los ojos. Ella vio como él, algo avergonzado, le decía mientras miraba sus ojos que la quería. Casi sobraban aquellas palabras, porque podía ver su alma a través de aquella mirada.

Sara comenzó a llorar, había contemplado el amor más puro, aunque sentía  ese momento como si ya fuera suyo. Lloraba de alegría por lo feliz que se había sentido y de pena por lo que tendría que esperar para llegar a ese momento.

-Él te querrá hasta el día que te deje, a los 79 años. Sus últimos momentos en el hospital los pasará contigo y te dirá a ti sus últimas palabras.

Esas palabras se agolparon en su mente y las oía como la voz de un locutor de radio: “No llores, Sara… yo no estoy triste… te miro y sé que nada hubiera merecido más la pena”.

 Ella se sintió mal durante un segundo y miró al hombre que lloraba en vez de ella, pero en sus adentros entendía el porqué.

-¿Sabes quién soy yo? -dijo él con ilusión.

-Sí -dijo ella convencida y totalmente segura.

-¿Quién?

Se hizo un silencio tenso y Sara mirando de un lado a otro dijo:

-¿Dónde está mi mamá? ¿Y mis hermanos? No recuerdo haber estado nunca aquí.

Él mostró una sonrisa plena de felicidad al ver que ella, su madre, mantenía la misma mirada que cuando, convencida y segura, dijo que sabía que él era su hijo.

Ella no podía recordar nada, ni nadie, ni toda aquella conversación, ni nada de lo que pudiera decir, pero lo que importaba seguía latiendo dentro de ella con la intensidad que a sus recuerdos le faltaban.

Aunque su memoria se hubiese roto, nada de lo que ella vivió desapareció, siguió y seguirá para siempre.

 

Autor: Álvaro Moreno Setién (3º de Periodismo)