Hay un aspecto del quehacer filosófico que se llama filosofía de la religión, puesto que la reflexión acerca de la relación del hombre con Dios forma parte de la sabiduría y del amor a la sabiduría que es la filosofía.
De hecho, la religión y la filosofía de la religión son una realidad cada vez más viva y presente en las publicaciones actuales de temas humanísticos y filosóficos. Es más, en el propio planteamiento de la utilidad de la filosofía, aparece como una clara línea de trabajo la apertura hacia lo trascendente, hacia la religión.
Precisamente, el filósofo realista Aristóteles, buscaba en sus obras la felicidad natural del hombre y resaltaba cómo la realidad de la existencia de Dios es clave para la existencia del mundo y del fin de toda criatura. A la vez esa felicidad natural del hombre, le llevaba al deseo de descansar en la perfección de la virtud y llevaba al propio hombre a la perfección, al límite de las virtudes y de la propia apertura a lo trascendente.
Es interesante que el hombre virtuoso en su deseo de avanzar y desarrollarse como persona en el ejercicio libre de sus acciones y, especialmente, en el amor como la tarea fundamental de la existencia humana, conlleva un ejercicio constante de la prudencia. Aquí vale la pena escuchar a Seguró: “no implica necesariamente ser conservador o timorato ante una determinada situación. Incluso puede ser todo lo contrario” (142). Y recuerda como Aristóteles añadía: “es propio del hombre prudente el ser capaz de deliberar sobre lo bueno para sí y lo que le conviene” (144).
De acuerdo con el intelectual cristiano del siglo IV Lactancio nos recordara que Dios “para el cristianismo no solo es el principio que debe guiar la orientación vital, sino que además abarca todos sus aspectos: ontológicos, morales y finales “(155).
Es interesante, recordar que, en el desarrollo clásico de la religión, como en el pensamiento de los primeros siglos de nuestra era, existían y convivían muchos conceptos de la religión, hasta que la filosofía cristiana se fue extendiendo y gracias a su revelación pudo perfilar los conceptos y apurarlos hacia la verdad.
En primer lugar, el concepto ciceroniano de religión que se traducía como relectura de los grandes hechos del mundo quienes precisamente, al ser repensados y releídos en la reflexión del hombre, nos hacen pensar en la existencia de Dios y, por tanto, en el sentido trascendente de la existencia humana.
A su vez, Lactancio, en el siglo IV, desde su llegada a la fe católica desde el pensamiento clásico y movido por la gracia, introducía el concepto de religión como religare, como unión del hombre con Dios, no porque en hombre en su atrevimiento se haya dirigido a su creador o como el esclavo se atreve a dirigirse a su amo, sino algo completamente distinto. En efecto, para Lactancio, religare significa la relación de Dios Padre con sus hijos los hombres, una relación de amor, de amistad, en la que Dios ha tomado la iniciativa. Es más, Jesucristo al encarnarse ha establecido un modo nuevo de vivir en la tierra que significa ser hijo de Dios. Exactamente hijos en el Hijo.
José Carlos Martin de la Hoz
Miguel Seguró Mendlewicz, La vida también se piensa, ed. Herder, Barcelona 2018, 221 pp.