Hablemos del cielo

 

"Acabamos de comenzar el nuevo curso y parece que estamos en noviembre", así se expresa la mayoría de la población con la que puedes hablar en estos días, incluso la estudiantil que pasa las tardes en los veladores y terrazas cercanas a la Ciudad Universitaria. Así que nos viene muy bien detenernos a pensar en el cielo, en el cielo que Dios nos tiene prometido (voy a prepararos una morada nos dijo Jesús), pero también en el Cielo en la tierra en el que Dios quiere que vivamos, anticipando ya la gloria eterna. El Cielo en la tierra es una realidad que comprobamos cada vez que hacemos oración y compartimos la vida con Dios y le pedimos algo, o ayuda, o suplicamos sus luces o le damos gracias, le pedimos perdón. Es decir, abandonamos todo en sus manos.

Así pues, la vida ascendente no es solo para los que trabajan con grupos de la tercera edad en las parroquias o en los viajes del Inserso, que se preparan felizmente para dar el salto a la eternidad, después de haber realizado tanto bien en esta vida, sino para todos y cada uno de los cristianos, como revivimos cada vez que recitamos el padrenuestro y decimos: "hágase tu voluntad...". En todo esto venía pensando estos días mientras leía una novela escrita por Amaya Morera Villuendas, sobre la nueva vida en el cielo de Pepo, un joven madrileño de 20 años, fallecido después de una larga cardiopatía que padecía desde los cinco años.

La fe de este joven acrecentada por la gracia de Dios, la ayuda de don Andrés, su sacerdote, el buen ejemplo de sus padres y amigos, y sobre todo, madurada en la enfermedad y en el dolor, hacen que su entrada en el cielo haya sido el final feliz, de una vida lograda y muy feliz en la tierra. La conversación con Dios, la complicidad con Él que vivía ya en la tierra se habrá convertido de inmediato en trato íntimo y confiado en el cielo, para dedicarse, como hacen los santos, a bien metidos en Dios, dedicarse a hacer feliz la vida a su familia, amigos y compañeros. Lógicamente, esta vida en el cielo y en la tierra que nos describe magistralmente Amaya, puede ser así como ella la expone, pero habría que añadir que con muchos más amorosos detalles divinos, tan llena de felicidad que la lectura del cielo de esta novela debe resultar un simple e insulso adelanto de lo que será realmente.

Terminemos con la lectura del prof M. J. Scheeben, siempre tan sugerente, por ejemplo cuando nos dice: “Debemos estar agradecidos a Dios por la revelación de estos misterios, ya que estas verdades supranacionales son a la vez más elevadas, más preciosas y más valiosas que las puramente racionales, y así aún el más exiguo conocimiento de las mismas nos exige el más profundo respeto y el más alto aprecio” (19).

José Carlos Martín de la Hoz

Amaya Morera Villuendas, Caricias de Dios, edición propia, Madrid 2017, 155 pp.