Las esperas son parte de la vida del hombre. No podemos decir que ahora más que antes. Siempre. Pero las maneras de enfrentarse al tiempo indeterminado son infinitas, algunas tremendamente negativas y otras, contrariamente, altamente positivas. De estas esperas nos habla Andrea Köhler en “El tiempo regalado”. Todos hemos sufrido o disfrutado las esperas, pero quizá pocas veces hemos hecho una reflexión sobre la importancia que tienen en nuestra vida.
Hace unos pocos días hablábamos -ocasionalmente- varios profesores de la universidad sobre este tema, y no precisamente pensando en este libro. Simplemente ocurre que con el paso de los años uno afronta el paso del tiempo de modo distinto. Para muchos esperar es una especie de infortunio inexplicable. ¿Cómo es posible que el médico me tenga tres cuartos de hora en la sala de espera? Sin embargo, una profesora me decía que cuando iba a algún lugar donde podían hacerla esperar siempre llevaba un libro, con lo que ese tiempo de espera era un regalo fantástico, difícil de conseguir de otras maneras.
Lo que más gracia me hizo fue el comentario antes los atascos. Otra profesora decía que era “su tiempo” a lo largo del día. El único momento que era para ella sola. Salía de casa, donde no paraba con que si los niños, si las compras, si la limpieza… Montaba en el coche para ir al trabajo, en hora punta, recorrido lento que se haría en veinte minutos en otras horas y que le sale por una hora o más. Era su tiempo, oía las noticias o ponía la música que le gustaba. No era propiamente evasión de sus responsabilidades, al revés, no le quedaba otra que “sufrir” el atasco, pero era un sufrimiento grato.
La autora de este libro nos habla de tantos ejemplos presentes en la literatura y en la historia en donde se pueden observar esa diversidad de planteamientos ante el tiempo indeterminado que tenemos por delante. Desde Sherezade en “Las mil y una noches” hasta la oración en el huerto de Jesucristo, pasando por Samsa en “Metamorfosis”, la famosa novela de Kafka. Y las distintas situaciones que se dan en la vida, porque no es lo mismo la espera infinita en el campo de batalla, que la condena a la inutilidad de Sísifo. Ni es lo mismo la espera de un niño, junto a su madre, para ver al médico, que la espera de la madre con el niño en la misma sala.
La Madre Teresa de Calcuta le decía a un periodista: “En Occidente tendemos a movernos en función del beneficio; todo lo medimos según los resultados y vivimos cautivos de un afán de ser más y más activos, para producir más resultados. En Oriente, en mi opinión, especialmente en la India, la gente se contenta con ser, con estar sentado bajo una higuera de Bengala la mitad del día, conversando con otras personas. Probablemente nosotros, los occidentales, lo consideraríamos una pérdida de tiempo. Pero eso tiene un valor. Estar con alguien, escucharle sin mirar el reloj y sin esperar resultados nos enseña algo sobre el amor.”
Indudablemente hay actitudes muy diversas ante el tiempo disponible o el tiempo que no tenemos. Parece que nos hemos empeñado en correr. Por eso, tener tiempos muertos, no productivos, es un auténtico lujo. Por ejemplo, las estupendas tertulias literarias que abundan en nuestras ciudades son momentos para estar, sobre todo para escuchar, porque la experiencia nos dice que de las ocho o diez personas presentes, es fácil que cada una tenga una versión de los hechos. Si sabemos escuchar aprendemos.
Ángel Cabrero Ugarte
Andrea Köler, El tiempo regalado, Libros del Asteroide 2018