Un viaje cualquiera...
Día 4 de diciembre del 2017.
Se ven los árboles pasar a toda velocidad, el paisaje cambia a medida que el tren avanza. Unas zonas son más verdes, otras, por el contrario, son áridas, como si un huracán hubiese destrozado todo a su paso. El tren se mueve a toda velocidad y es imposible centrarse en los pequeños detalles que hay en el exterior. De vez en cuando, a lo lejos, se ve una bandada de aves que migran al sur como es normal en invierno. Peculiarmente este invierno es frío y desagradable. El viento es fuerte y violento y, si escuchas con atención, se puede oír a través del cristal del vagón. En algunas regiones del país ha nevado. Los copos blancos han cuajado en el suelo, en los tejados de las casas y en los coches. Ha dejado paisajes dignos de disfrutar y fotografiar. Si estuvieras aquí iríamos a hacer muñecos y batallas de nieve como hacíamos antaño.
El otro día me senté junto a la chimenea que construimos en casa. Tenía a Ruffus a los pies. Ruffus ya está mayor, dieciséis años es mucho para un perro. Sigo creyendo que está esperando tu regreso. ¿Te acuerdas cuando fuimos a comprarlo? Fue un día inolvidable. Begoña ya era bastante mayor, veinte años, pero María aún era pequeña, dieciséis. Cuando las miro a los ojos sigue estando tu reflejo en ellos. Ruffus estaba en una tienda, solo, en una esquina. Me acuerdo que nada más verlo ya sabías que iba a ser nuestro, ¡qué contentas se pusieron las niñas!
Ay Clara, ¡qué mayores se han hecho! Si pudieras verlas… Ya no sé cómo cuidarlas, cada día se alejan más y más de mí. Tienen sus vidas a parte pero son felices, eso es lo importante. Hoy he hablado con Begoña antes de coger el tren, estaba muy emocionada por la boda, Roberto es un gran chico. María ya ha llegado y la está ayudando con los preparativos de última hora, siguen siendo uña y carne ¿no te parece estupendo?
¡A propósito!, María ha aprobado al final el examen y se pondrá a trabajar el mes que viene.
Ya debe de quedar poco para llegar, a lo lejos ya se ven pequeñas aglomeraciones de casas y edificios. El paisaje se vuelve cada vez más urbano, nunca me han gustado las grandes ciudades. Me alojaré en casa de Begoña y Roberto esta noche, pero en cuanto acabe la boda me volveré a nuestro pequeño refugio. Deséame suerte Clara.
Día 6 de diciembre del 2017.
Preciosa Clara, estaba preciosa. Tu vestido blanco le quedaba al dedillo. Casi no le han hecho ningún arreglo. La boda se desarrolló sin ningún contratiempo, la ceremonia en la capilla fue sencilla pero muy elegante. En la puerta de la iglesia antes de entrar estaba muy nervioso. Ella me agarraba fuertemente el brazo izquierdo y no paraba de temblar. Yo tenía el papel de estar sereno para calmar a la novia, pero es muy complicado, ¿y si me tropezaba y me caía? ¿Y si era incapaz de moverme y me quedaba paralizado? Demasiada responsabilidad ¿no te parece? Pero, afortunadamente, todo salió de maravilla.
Begoña llevaba su pelo castaño recogido en un moño adornado con pequeñas flores blancas. El velo que se compró era largo, de seda y con pequeñas puntillas en los bordes. Antes de entrar nos dimos un abrazo de esos que me daba cuando era pequeña. Le tapé la cara con el velo y lo único que se veía a través de él eran sus enormes ojos azules como el mar que heredó de ti. La decoración de la capilla era magnífica, los bancos estaban decorados con lazos azules, en las macetas asomaban tímidamente hortensias azules, que debieron de haber sido tintadas, y blancas. El altar estaba decorado con esos mismos tonos y a sus pies había un macetero también de hortensias de todos los colores.
La fiesta se desarrolló en una finca con vistas a la playa para recordar el día en que se conocieron. Oh Clara, aún me acuerdo el día que nos conocimos, ¡qué verano tan mágico! Yo trabajaba de camarero para tu padre en uno de sus hoteles, tú pasaste ese verano justo en ese hotel. La primera vez que te vi estabas en la piscina tomando el sol. Llevabas tu pelo rubio recogido en un moño alto y tus ojos azules estaban ocultos por unas enormes gafas de sol. El bañador se amoldaba perfectamente a tu cuerpo y era rojo, el color que mejor te quedaba. Ese día no me viste, no tuve el valor de acercarme a hablar contigo. Desde aquel momento todos los días te buscaba entre la gente. Unas veces ibas acompañado de amigas, otros de tu padre y, por lo que yo supuse, de empresarios importantes. Siempre te veía sonriendo pero solo se te veía feliz cuando leías. Un día que estabas leyendo Rimas y Leyendas tuve la valentía de acercarme a hablar contigo, ya que ese libro me lo había leído unas veinte veces. Pasados unos días de intensas charlas sobre cuentos y novelas, me confesaste que ninguno de los que te rodeaba valoraba el arte de la lectura o del conocimiento. En ese momento me enamoraste por completo y no pude reprimir darte nuestro primer beso.
No sabes lo nervioso que estaba el día en el que te pedí matrimonio y tu padre dijo que si lo aceptabas te desheredaba. Me dijiste que no. Pasé los peores meses de mi vida, no había día en que no me acordara de ti, de ese brillo en tus ojos o de esas charlas de “intelectuales” como tú las llamabas. Pero, el día que te presentaste en la puerta de mi pequeña y humilde casa con las maletas, Clara, fue el día más feliz de mi vida.
Maldigo el día que te detectaron el cáncer en estadio tres, ¡¿por qué no te lo detectaron antes?! Igual podríamos haberlo superado.
Parece que ya estamos cerca de nuestro pequeño pueblo, pronto llegaré a casa con Ruffus y me pondré a leer Rimas y Leyendas arropado por el calor de la chimenea. Seguramente me quedaré dormido con el libro en el pecho y volveré a tener esos magníficos sueños, que más bien, son recuerdos tuyos. Hasta pronto, Clara.
Autora: Almudena Bosch Bas (3º de Psicología y Educación Primaria)