Una de las cosas que más llamaba la atención a los habitantes de la ciudad de Roma, acerca de la vida de los primeros cristianos, en su comportamiento en la sociedad civil, a la hora de hacer ofrendas a los dioses en las fiestas y celebraciones, incluso en la sencilla vida del vecindario, entre los lugares de descanso, de descanso o de ocio, era la naturalidad con la que vivían su vida cristiana, y sin ostentación, pero sin ocultarla daban la cara por la Iglesia.
Es más, llamaba la atención en la nueva familia cristiana venía la presencia de la madre del hogar, quien a la luz de santa María la madre de Jesucristo, gobernaba la casa, cuidaba del sagrario y de la domus ecclesiae; todo quedaba caracterizada por la presencia de la mujer en la casa, el modo de gobernarla, el trato con los esclavos y los hijos, pues manteniendo las costumbres y hábitos sociales, las mater familiae, se preocupaban de la educación cristiana de sus hijos, de la servidumbre.
Las costumbres sociales empezaban a cambiar con aquellas viudas cristianas, algunas quedaron sin volver a casar, pues eran dadivosas, sostenedoras de la catequesis las tareas de caridad y beneficencia de la sociedad y, también de la piedad y recogimiento exteriores.
Entre los conceptos que el cristianismo introdujo en la sociedad de su tiempo, y que las mujeres cristianas se mostraron más empeñadas en destaca estaba el uso de los bienes materiales; evitar lujos excesivos, fiestas en las que se derramasen las buenas costumbres y se dilapidase el dinero.
El tono alto de las damas de categoría cristiana, hacían todavía más atractivas las fiestas y los acontecimientos sociales y familiares, pues mostraban en esos actos junto a sus cruces y medallas, una exquisita elegancia natural y, sobre todo, la calidad de sus virtudes.
Con la llegada de la familia cristiana, en muchos casos a través de la conversión a la fe cristiana del novio, del marido y de los hijos, se fueron creando las primeras familias de clase media, a la vez que se cristianizaban hogares paganos señoriales de raigambre en el imperio, como fue por ejemplo la conversión a la fe de la madre y de la esposa del emperador dálmata Diocleciano, a comienzos del siglo IV, quien protagonizó la última y más cruenta persecución religiosa.
A la vez, con la llegada de la paz octaviana para la Iglesia pudieron desarrollarse instituciones caritativas, que, aunque se habían creado, pudieron desarrollarse ya a gran escala, como asilos, orfanatos, hospitales y leproserías, Asimismo, pudieron las obras de misericordia comenzar a vivirse en plenitud, tanto por el comienzo de las escuelas, como por la generalización de las limosnas que siempre han acompañado a los establecimientos de caridad,
José Carlos Martín de la Hoz
Peter Brown, Por el ojo de una aguja. La Riqueza, la caída de Roma y la construcción del cristianismo en Occidente (350-550 d.C), ediciones Acantilado, Barcelona 2016, 1224 pp.