Es interesante comprobar como las cuestiones fundamentales del pensamiento y de la organización de la sociedad no pasan de moda, pues es necesario llegar a soluciones convergentes, con nuevas luces para el bien común, pues estamos condenados a entendernos. En la última obra póstuma publicada del pensador inglés Isaiah Berlin (1909-1997), se recogen algunos artículos y conferencias dispersas y editadas en diversos lugares, cuya temática común es la historia de las ideas. Curiosamente, la mayoría de ellos no han perdido interés y, de hecho, han superado la dura prueba del paso del tiempo y de los cambios.
Para buscar los orígenes de la disparidad, Berlin se retrotrae al siglo XVI. No olvidemos, añadirá, que la ruptura protestante complicará no solo el mundo de la teología y del derecho, sino también la vida política y cultural de los pueblos tomarán caminos divergentes, no solo distanciándose de Roma sino también de otros reyes y monarcas, tanto católicos como protestantes (64). Es más, añadirá: “los hombres se congregan en grupos porque tienen conciencia de lo que les une: vínculos de territorio, idioma, y ascendencias comunes; esos vínculos son únicos, impalpables, definitivos. Las fronteras culturales son algo natural en el hombre, surgen de la interacción de su esencia interior y su entorno y su experiencia histórica” (69).
La sana pluralidad dio paso también a un terrible relativismo cultural desde el romanticismo alemán que ha influido en las utopías con contundencia: “La noción de que existe una esfera celestial y cristalina, a la que no afecta el mundo del cambio y la apariencia, en la que las verdades matemáticas y los valores morales o estéticos forman una armonía perfecta, garantizada por vínculos lógicos indestructibles, pasa abandonarse, o en el mejor de los casos a ignorarse” (75).
“Desde entonces la filosofía perenne, con sus verdades objetivas inalterables basadas en la percepción de un orden terreno tras el caos de las apariencias, se ha visto forzada a ponerse a la defensiva ante los ataques de relativistas, pluralistas, irracionalistas, pragmáticos, subjetivistas y de ciertos tipos de empirismo, y, con su decadencia, pierde su poder persuasivo la noción de sociedad perfecta que procede de esta gran visión unitaria”. Finalmente, añadirá: “nuestra época ha sido testigo del choque de dos puntos de vista incompatibles: uno es el de los que creen que existen valores eternos, que vinculan a todos los hombres, y que los hombres no los han identificado o comprendido todos aún por carecer de la capacidad, moral, intelectual o material necesaria para captar ese objetivo” (77). La otra opción, radicalmente opuesta es la de quienes afirman que “los deseos, puntos de vista, dotes y temperamentos de los hombres difieren permanentemente entre sí, que la uniformidad mata” (78). Es interesante la conclusión del profesor Berlin: “estas doctrinas no son compatibles entre sí. Son viejos adversarios, en su disfraz moderno dominan ambas a la humanidad hoy, normas burocráticas frente a ‘hacer cada uno lo suyo’; buen gobierno frente a autogobierno; seguridad frente a libertad” (79).
José Carlos Martin de la Hoz
Isaiah Berlin, El fuste torcido de la humanidad. Capítulos de historia de las ideas, ediciones península, Barcelona 2019, 413 pp.