La historia de la Iglesia Antigua ha sido, desde hace dos siglos, un asunto muy complejo y que ha venido marcado por grandes y complicadas teorías, que además están enfrentadas entre sí, como se puede observar ya en el libro de Jesús de Nazaret de Benedicto XVI.
En esa línea, resulta interesante la problemática que se plantea el profesor Paulo Nogueira, en el trabajo que deseamos comentar brevemente, acerca del estudio de las fuentes y de la valoración de las mismas, antes de abordar propiamente su trabajo sobre el cristianismo primitivo de finales del siglo primeo y la mitad del segundo. Es decir, para el estudio de los orígenes históricos del cristianismo y de la vida de la Iglesia al término del tiempo apostólico.
En primer lugar, señalará nuestro autor a los libros inspirados del Nuevo Testamento, y se detendrá especialmente en los cuatro Evangelios, el Apocalipsis de Juan, las cartas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Pero enseguida señalará que “Proponemos rechazar los criterios canónicos, la autoridad supuestamente apostólica y la cronología rígida, pues pretendemos privilegiar procesos de larga duración y el análisis de una red textual compleja y plural que permita entender la historia cultural del cristianismo en el mundo antiguo como una realidad que se articula en un sistema de lenguaje en los márgenes de la sociedad mediterránea” (44).
Este planteamiento, aparentemente lícito e intelectualmente riguroso, no deja de contener una falacia: considerar esos textos como si fueran cualquier otro texto de la antigüedad, es falsear su interpretación a radice, pues precisamente fueron escritos movidos por el Espíritu Santo, y recibidos por la comunidad cristiana como canónicos, es decir fueron examinados cuidadosamente y los aprueban en nombre de la traición oral de los apóstoles, en el sensus fidelium, y en el magisterio de la Iglesia.
De hecho, este planteamiento le llevará a afirmar a nuestro autor de modo pesimista que “sabemos muy poco sobre la vida, los contextos, creencias, prácticas de los primeros cristianos” (11).
En realidad, cuando leemos el Nuevo testamento, los padres apostólicos (La Didajé, el Pastor de Hermas o las cartas de San Ignacio de Antioquía) y los padres apologistas (por ejemplo, las apologías de San Justino), podemos afirmar que conocemos lo suficiente para poder leer, meditar y poder alimentar con esas lecturas nuestra vida espiritual y edificar nuestras iglesias particulares como garantes de la fe y de la santidad de vida de los primeros.
En cambio, cuando como sugiere el autor, buceamos en los evangelios apócrifos, bien conocidos y bien denostados tanto por el magisterio antiguo de la Iglesia como por las propias comunidades cristianas, que los leyeron y los denostaron en la tradición viva de la Iglesia como locuras y falsedades
José Carlos Martín de la Hoz
Paulo Nogueira, El cristianismo primitivo como religión popular, ediciones Sígueme, Salamanca 2019, 156 pp.