Acedia, la tristeza de Occidente

 

Me ha ocurrido varias veces oír, a quienes han estado en África, que les ha costado volver a España, porque allí la gente, que con frecuencia vive bastante pobremente, es muy alegre. El ambiente que han respirado allí tiene tirón, y muchos de los que han vivido allí unos años, por motivos varios, no quieren saber nada de volver a Europa. Allí hay mucha gente alegre, aquí hay mucha gente triste.

“Creo que Occidente está viviendo lo que los padres del desierto denominaban el demonio del mediodía: ese que se presenta en pleno día, cuando el calor es agobiante. Su nombre es acedia, una forma de depresión, un enfriamiento, una laxitud espiritual. Consiste en una especie de atrofia de la vitalidad interior, de desaliento, de atonía del alma” (p. 145). Lo dice un africano que lleva mucho tiempo en Italia, en el Vaticano, el cardenal Robert Sarah.

Un modo de depresión, un enfriamiento. Todos con la vista fija en el móvil. Móvil que a algunos le sirve para oír las noticias, a otros para rezar, a otros para comunicarse por wasap, o para hablar con un amigo, pero también muchos para jugar. Gente mayorcita jugando a algo que desconozco. Por lo que me han contado, hay muchos juegos que producen gran adición. Van por la calle con el móvil y un careto que da pena. Tristes. Quizá agobiados, muchas veces con prisas. Madres corriendo a por sus hijos. Padres dedicando mucho tiempo para darles de comer. Y tristes.

Hay mucha gente que tiene de todo, incluso una pantalla de televisión gigantesca donde ven películas y series, muchas series. Horas delante de la inmensa pantalla, sin pensar, al margen de lo que pueda ocurrir a su alrededor. Teóricamente tienen de todo, pero no tienen alma. No piensan en los demás, desde luego no en Dios.

“El mal que caracteriza a la sociedad occidental es una tristeza consciente de sí misma. Occidente se niega a amar. Y es algo que me parece sumamente grave. Elimina el motor de toda espiritualidad: el deseo de Dios. Ante la grandeza embriagadora de la llama de Dios a la santidad, el hombre occidental se repliega sobre sí mismo. Tuerce el gesto. Se niega a dejarse atraer. Elige instalarse en la tristeza y rechaza la felicidad que Dios le ofrece” (p. 146).

El hombre de nuestro tiempo y de nuestro ambiente, con gran frecuencia se ha instalado en la tristeza. ¿Cómo se puede entender semejante cosa? Cualquier persona busca la felicidad. Pero las personas que pueblan nuestras ciudades, en gran medida, creen que la felicidad es tener. Han confundido felicidad con hedonismo. Es un problema multisecular, pero cuando hay más opciones de placer se agudiza más la gran equivocación: pensar que es feliz quien tiene. Es puro egoísmo y, por eso, como dice el cardenal Sarah, se cierran en su egoísmo. Y eso solo produce tristeza.

“Nos hemos negado a que la felicidad venga de otra cosa que no sea nosotros mismos, a que venga de Dios. Y hemos preferido extinguir la esperanza. Solo ha quedado el terrible y monstruoso sentimiento del absurdo. No queremos dejarnos importunar por la invitación a la felicidad infinita que nos ofrece Dios. Preferimos quedarnos a solas con nosotros mismos, aborreciendo nuestra propia grandeza. En cierto modo, creo que Occidente vive la experiencia de la soledad radical y deliberadamente deseada de los condenados”. Es terrible lo que dice este obispo africano, el hombre de hoy ha elegido la soledad del infierno.

Ángel Cabrero Ugarte

Cardenal Robert Sarah, Se hace tarde y anochece, Palabra 2019