Había leímos el espléndido libro de Jesús Montiel, “Sucederá la flor” y parecía obligado leer el siguiente. En la misma editorial y con un grosor parecido, hacía pensar en una segunda parte. No lo es, pero casi. El poeta nos habla de un poeta. El poeta padre de seis hijos, profesor de colegio y escritor premiado, nos habla del poeta frustrado, Robert Walser. Una biografía sorprendente, porque el fallido poeta suizo atraviesa su vida en el desconcierto.
“Un niño sensible pasa inadvertido en medio de tantos hermanos, no es el centro de atención, es imposible serlo y por eso el pequeño Robert codicia la suerte de los hijos únicos” (p. 16). Es su sino. Su vida de niño incomprendido, que busca el cariño de la madre, de los hermanos, de los demás. “El niño al que le falta la ternura tiene hambre el resto de su vida” (p. 17). Esta es la única realidad del chico que desde pequeño quiere escribir, pero que le hace poeta la ausencia. “Envidia a los niños que reciben atenciones (…) Sí, que bueno es estar enfermo (…) Es terrible imaginar las atenciones de una madre, tener que inventarse la ternura” (p. 17).
Toda la vida de Robert Walser es un fracaso. Su ir y venir, su incapacidad de estar. La oficina es el horror de su vida. La necesidad de atenerse a un horario le supera. “Al futuro, él prefiere el negocio del ahora; el vagabundeo, al tiempo milimetrado; la burocracia del alma a las escribanías. (…) El verdadero tiempo respira fuera de la agenda” (p. 21). Es su destino. Como si no fuera capaz de escribir nada, inmerso en la tensión del horario. Lo suyo es el paseo, el silencio, la nieve. “Él prefiere la lentitud del copo, su indecisión, a la urgencia de su siglo. La nieve es agua que sabe rezar” (p. 22).
Biel es su ciudad, a donde vuelve una y otra vez, después de sus fracasos en Berlín, en Zúrich, en Ginebra. Pero, aunque es su casa, no le sirve de mucho para su vida. “Biel, una ciudad relojera, ve crecer en sus calles a un joven terrorista del tiempo. Los relojeros son lo contrario de los poetas: ellos obedecen la duración y los poetas la pulverizan” (p. 30). Unos planteamientos que podrían considerarse apropiados para cualquier artista, que se resiste al orden. Pero la realidad es que Robert era un hombre carente de cariño, un hombre con un principio de locura.
Toda esta vida curiosa nos la cuenta Jesús Montiel, en una mezcla de comprensión y de realismo. Como poeta es cercano al biografiado, pero él tiene la suerte de un cariño familiar que no tuvo aquel poeta del siglo pasado. Una historia interesante, con el ritmo propio de este artista. Un libro atrayente, delicioso.
“Robert Walser, Señor de las Periferias, Rey de los Errabundos, Salvador de las Cosas Sin Importancia, se niega a participar en este juego” (p. 32). De oficina en oficina, de paro en paro, incapaz de orden, opuesto a una vida de ganancias, vive casi siempre en la pobreza. Llegará a decir “En los cálidos brazos de la pobreza soy rico, y rodeado de la Nada empiezo a ser adinerado” (p. 59). Pero en el día a día buscaba trabajo, y día a día fracasaba en todos los oficios. Llegó a publicar tres novelas y algunos libros de poesía, pero fue siempre pobre.
“El fracaso es no saber fracasar” (p. 61) y eso es lo que le pasó, que no supo fracasar. Y termina internado en un manicomio en donde el diagnóstico fue: “el nuevo interno no está hecho para la amistad” (p. 68). Pero el autor no quiere dejarnos con mal sabor de boca y nos dice que “cada día de nuestra vida llega con una ayuda, el regalo de una esperanza nueva envuelto en el papel deslucido de la costumbre” (p. 69).
Una obra encantadora, para disfrutar de la auténtica literatura.
Ángel Cabrero Ugarte
Jesús Montiel, Señor de las Periferias, Pre-Textos 2019