Shakespeare y el sufrimiento

 

En la literatura clásica de todos los tiempos es habitual que salte la cuestión del sufrimiento o del problema del mal, puesto que forma parte del valle de lágrimas que es este mundo, donde debemos adquirir el pasaporte para la verdadera y definitiva felicidad.

Precisamente, el sacerdote belga Charles Moeller (1912-1986), autor de la renombrada obra “Literatura del siglo XX y cristianismo”, y autor de uno de los tratados más leídos del siglo XX, sobre la sabiduría griega y la paradoja cristiana que acaba de reeditar ediciones Encuentro, no podía dejar de abordar la cuestión, aunque fuera de modo abreviado y casi tangencial.

Respecto al sufrimiento cristiano, es tradición desde la mística castellana del siglo XVI, enfocarlo como cristianos corredentores y considerarse, por tanto, invitados a la imitación de la muerte redentora de Cristo: “los santos cristianos, como Juan de la Cruz, pedían a Cristo más sufrimientos, salíanle al encuentro, sabedores de que en él hallarían la dicha. Shakespeare no supo elevarse tanto como para mostrar en el dolor el camino de la transfiguración divina” (200).

Es indudable, en cualquier caso, que ya en la literatura antigua del mundo clásico y, en concreto en las tragedias de Shakespeare, se puede descubrir “el sufrimiento, como amigo que revela su verdadero rostro; lo que se llama la elevación del hombre por el sufrimiento” (202). Enseguida añadirá: “Si quisiéramos resumir lo que hemos dicho sobre Shakespeare, diríamos que el fracaso terreno de la virtud y el triunfo del mal en este mundo no son más que el reflejo del más grande fiasco jamás habido; el de Cristo entre los judíos de Palestina”.

De hecho, el propio dramaturgo inglés se hará eco en sus obras “El teatro shakesperiano muestra que la vida terrena es mera farsa, sombra y humo. El dolor nos desarraiga de ella y nos revela que somos pecadores, que debemos amarnos los unos a los otros, que no hemos de temer el sufrimiento, sino abrazarlo, hacerlo nuestro, y que de este modo, debemos expiar”.

Por eso apostillará con fuerza: “nos asemejaremos a Cristo doliente, y la muerte, en lugar de obligarnos a descender al Hades, nos elevará a los nuevos cielos. Puedes explicar “El rey Lear” por la locura y “Ricardo III” por la misantropía enfermiza; pero el rostro de “Ricardo II” se parece tanto al rostro de Cristo que, rebajándolo al nivel de una vulgar historia de enfermo, temeríamos rebajar también la faz de nuestro Salvador” (204).

Así terminará Moeller su conclusión: “En el cristianismo, el pecado va unido al dolor; este es, de hecho, el envés del pecado. Además, el sufrimiento de los hombres no procede de lo alto, sino de otros hombres que, con su dureza, aplastan a los humildes, o del propio pecador, muerto espiritualmente por su culpa” (215)

José Carlos Martin de la Hoz

Charles Moeller, Sabiduría griega y paradoja cristiana, ediciones Encuentro, Madrid 2020, 300 pp.