Maduros para la eternidad

 

La figura del filósofo y pensador danés Soren Kierkegaard (1813-1855), es bien poco conocida en España, pues sus obras solo se han traducido al castellano muy recientemente y, sobre todo, porque faltaban libros de orientación y verdaderos estudios introductorios del pensamiento del danés.

El escritor y filósofo español Carlos Goñi, ha rellenado esta laguna con una soberbia semblanza, completada, además, con un análisis exhaustivo de las obras y, sobre todo, con un planteamiento que la hace especialmente atractiva para los hombres y mujeres del siglo XXI: la necesidad de alcanzar la madurez de la vida cristiana, para poder vivirla en profundidad y alcanzar la intimidad con Jesucristo a la que tendía el pensador Kierkegaard desde el 18 de mayo de 1838.

Efectivamente el hilo conductor de toda la obra es la vocación de Kierkegaard a la impertinencia, es decir, el esfuerzo por ser “cristiano en la cristiandad”, pero en un mundo protestante, sin maestros, sin sacramentos, sin literatura espiritual a su alcance y sin magisterio ni Tradición apostólica.

Verdaderamente Kierkegaard hizo un esfuerzo sobrehumano, como se describe en sus obras, pero le faltaba el conocimiento de la humildad de la fe completa para poder acceder a la vida sacramental y mística del catolicismo, donde hubiera encontrado la fuerza y el manantial del amor que su espíritu ansiaba. Dios le concedió indudablemente muchos dones, pero no el de la fe católica.

Desde luego con un nivel de oración contemplativa, de conocimiento de la ascética y la mística castellana del siglo XVI, con la tradición de la escuela Renano-Flamenca de espiritualidad del maestro Eckhart, hubiera podido hacer el mismo trabajo de publicar textos luminosos para remover las conciencias cristianas adormecidas y adocenadas de los cristianos mediocres de Dinamarca o de los católicos adormilados de la Europa entera de la época (148-164).

En efecto, ya afirmaba san Juan Pablo II que el peor enemigo de la Iglesia son los cristianos mediocres que se conforman con conocer superficialmente la doctrina del evangelio y se conforman con participar un poco de los sacramentos y buscar los medios para salvarse. Para nuestro pensador la mediocridad (151) en la vivencia de la fe puede conducir al ateísmo (135).

Es muy interesante los caminos apologéticos que emprende Kierkegaard para mostrar la humanidad y la divinidad de Jesucristo y buscar su conocimiento y su identificación, sin un trato superficial, ni tampoco entretenerse en disquisiciones de detalle. Todo esto en una sociedad cristiana hegeliana (133-136).

Precisamente, Kierkegaard terminará reflexionando sobre la necesidad del amor de Dios: “de modo que en su alma, en su fuero más íntimo, no se esconda duda alguna de que Dios es amor; solo estos están maduros para la eternidad” (166).

José Carlos Martín de la Hoz

Carlos Goñi, El filósofo impertinente. Kierkegaard contra el orden restablecido, ediciones Trotta, Madrid 2013, 176 pp.