Hace muchos años, en la mitad del siglo pasado, el entonces joven doctorando de la universidad alemana, Joseph Ratzinger, dedicaba un tiempo pensar en el doctorado que deseaba realizar. Según nos narra él mismo en su autobiografía, ante las diversas posibilidades que se le ofrecían, no dudó es escoger como tesis doctoral en la Facultad de Teología de la Universidad de München el estudio de las obras de san Agustín acerca del misterio de la Iglesia, al que finalmente denominó con el acertadísimo título de “Pueblo y casa de Dios en la enseñanza sobre la Iglesia en san Agustín” bajo la guía de su maestro Clemens Gottilieb Söhngen (1892-1971).
Efectivamente, basta con releer cualquier estudio, artículo, homilía o trabajo de cierta consistencia del teólogo Ratzinger (o del posterior pontífice Benedicto XVI) para encontrar magníficamente expresado y repetido mil veces el concepto de Iglesia como casa, hogar, lugar de confianza.
Es lógico pues las relaciones de confianza que han sustentado realmente la vida social, económica y cultural en Alemania y el resto de las naciones cristianas han sido las de la familia, como se puede comprobar de la observación de la literatura, sociología o historia a lo largo de la dilatada historia bimilenaria de la humanidad y de la cultura occidental.
Asimismo, en la base de las relaciones familiares existe un sólido basamento que se llama confianza, donde se inserta el apoyo mutuo familiar un fruto del saber perdonar, olvidar y convivir que contiene sustancialmente el concepto tradicional de la confianza, sin el que nuestra civilización no habría podido subsistir.
Ya Jesucristo en el Evangelio había subrayado esas confianzas entre Dios y sus hijos los hombres. Una sencilla constatación estaría en esos textos conmovedores de la Sagrada Escritura donde Jesucristo habla de cómo “en la casa del Padre hay muchas moradas” (Io 14, 2). Marcharé a “prepararos una morada y volveré para que donde esté yo, estéis también vosotros” (Io 14, 3).
De ahí la importancia, recuerda Ratzinger en una homilía sobre la Iglesia, del aire familiar de la parroquia, no sólo entre los grupos de jóvenes de menos jóvenes, o en general el clima de confianza de cualquier institución de la Iglesia católica antigua o nueva, pues siempre es familia: “y este grupo de amigos de absoluta confianza estará siempre ahí” (48).
Sencillamente, es la Iglesia doméstica la que constituye la familia cristiana, donde los hijos crecen seguros y fuertes en el calor de hogar, pues como recordaba en una homilía Ratzinger sobre el bautismo: “Dios ha abierto el cielo y se nos ha mostrado, habla con nosotros y está junto a nosotros, vive con nosotros y guía nuestra vida” (54). Poco después recordará como en la confirmación al apoyar las manos en la cabeza, ungir nuestra frente o signarnos están concediendo a nuestra alma la categoría de hombre de la confianza de Dios.
José Carlos Martín de la Hoz
Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Signos de la nueva vida. Homilías sobre los sacramentos de la Iglesia, ediciones Herder, Barcelona 2020, 213 pp.