Solo la propuesta de este tema supone para algunos una provocación. Con seguridad hay quien se siente rechazado simplemente ante el título. No cabe duda de que estamos ante un tema muy complejo, incómodo, del que es difícil hablar con objetividad. Con un planteamiento estrictamente cristiano somos conscientes de que no podemos mirar a otro lado. Desde un punto de vista práctico surgen infinidad de problemas y dificultades.
Al parecer, en estos días se está estableciendo un auténtico récord en el número de los que llegan a costas de Canarias. Los números son agobiantes para cualquier autoridad local. Y no deja de ser un problema logístico grave para las autoridades estatales. Pero al mismo tiempo, en el momento en que pensamos no en el número sino en cada persona que ha llegado y sus circunstancias y por qué se está jugando la vida, surge el estremecimiento y la preocupación. ¿Qué podemos hacer?
El Papa, en la última encíclica nos dice: Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que se haga realidad» (Fratelli tutti, n. 37.
Es indudable que el problema es complejo, que hay cuestiones que son de largo recorrido, como puede ser el modo de ayudar a los países pobres. Somos conscientes del desorden que supone para las personas que viven en los lugares típicos de llegadas de pateras. De manera que no se puede despreciar la problemática que se produce. Por lo tanto, lo que sí parece necesario es que haya personas o instituciones que busquen soluciones a medio y largo plazo.
En este sentido me ha parecido de gran interés el planteamiento que se hace en un libro reciente, “Mujeres brújula”, de Isabel Sánchez, porque se vislumbra luz, se ven soluciones. Conoce diversas experiencias que se han desarrollado por el mundo. “Los promotores del proyecto AMAL, en Viena, han sido muy conscientes de esto. Esta organización austriaca fomenta la integración de familias de inmigrantes de Medio Oriente en Europa, tratando de poner remedio a los obstáculos que encuentran al llegar: desde el idioma hasta la incorporación al mercado laboral, y los acogen también culturalmente”.
Esto ocurre porque una mujer en Austria se da cuenta de la problemática y no se queda parada. “Y así comenzó a funcionar la asociación AMAL, promovida por mujeres del Opus Dei en Viena, junto con otras personas. Amal es una palabra árabe qué significa esperanza. La asociación acompaña sobre todo a familias de inmigrantes cristianos, en su mayoría de Siria e Irak, a los que el Estado austriaco ya ha concedido el estado de asilado y se van a quedar en el país”.
Esta es una de las historias que se cuentan en este libro tan sugerente, que puede ser ocasión para que otras muchas personas piensen en qué se puede hacer.
Ángel Cabrero Ugarte
Isabel Sánchez, Mujeres brújula en un bosque de retos, Espasa 2020