He ido a rezar ante el féretro de un amigo -la pandemia cierra también los féretros- y he coincidido con sus hijas en que hemos rezado mucho para que se curara -hace un mes estaba perfectamente- pero que en realidad rezábamos por nosotros, porque nos quedamos huérfanos; en cambio de él sabemos que está a buen recaudo. Era un hombre muy bueno. Pero el coronavirus no perdona a nadie.
Al mismo tiempo estaba yo leyendo el último libro de Jesús Montiel –“Lo que no se ve”-. Este autor no defrauda, al menos por ahora. Y en este libro habla de los abuelos y del paso de la vida. Qué raro es leer un libro de ahora, escrito incluso durante la pandemia, que trate del sentido de la vida. Con ese deje de poeta, con la profundidad de quien ha pensado mucho las cosas, a pesar de su corta vida, Montiel deja caer esos pensamientos que a todos nos sirven, pero que pocos se atreven a manifestar.
Por ejemplo, este párrafo largo que me parece bueno poner tal cual: “Creo en la purgación, en el dolor como instrumento quirúrgico. Estoy convencido de que hace falta sufrir para crecer un poco, cierta violencia. Como en el caso de los árboles, que comen borrasca. También los partos y el poema brotan de un corazón que ha sido herido en el combate del amor, del duelo, de la ausencia. En los relatos de todas las culturas abundan las catástrofes a las que el hombre atribuye significado. La sospecha de que nada ocurre absurdamente. La sequía, el diluvio, la muerte de los niños, las plagas o la persecución. Una pandemia repentina, la que nos ha separado” (p. 49).
¿No es verdad que esto se nos ha ocurrido a más de uno? Ante esta sensación de caos que nos rodea, este modo de vivir con sobresaltos, este desorden vital que nos impide ir a casa de los amigos o tomar una cerveza con ellos en el bar de la esquina. Ante la dureza del frío inesperado, ¿no es verdad que se nos ha ocurrido en algún rincón de nuestros pensamientos, que todo sirve para algo? “En la pila, - dice pensando en su abuela- frotas con el jabón que has fabricado mi jersey de lana con una fe sin fisuras, convencida de que toda la suciedad será destruida. Si existe un juicio para cada persona tras esta vida no encuentro una imagen mejor para ilustrarlo” (p. 28).
Los momentos son adecuados para pensar en la trascendencia, pero experiencia tenemos de qué pronto se nos pasa el susto. En la pandemia de ahora nos viene bien llegar a la tercera ola. De esta manera vamos perdiendo seguridades. No es buena cosa pensar que lo podemos todo. De hecho, queda bastante patente que no podemos. Mi amigo, con dos años más que yo, se ha ido en la tercera. No creo que, a día de hoy, haya todavía quien piense que con él no va.
“De modo que me pregunto: ¿porque se nos enseña a ser jóvenes y a tener éxito sin contarnos el desenlace, o mencionándolo de pasada, como algo tan lejano como una estrella? ¿Por qué nos entretienen con noticias que nos apartan de lo que de veras importa y a los niños, en el colegio, ya no se les enseña a rezar sino sólo a acopiar dinero? Esa gente que aguarda el autobús al otro lado de esta ventana, en una marquesina donde se publicita un cuerpo escultórico. O el hombre que camina mirando con avidez en su teléfono móvil las últimas informaciones: ¿no corre esta vida en dirección contraria a la pregunta de nuestra existencia? La muerte ha sido expulsada de nuestros hogares” (p. 55).
Una vez más Montiel nos hace pensar desde sus líneas poéticas y trascendentales.
Ángel Cabrero Ugarte
Jesús Montiel, Lo que no se ve, Pre-Textos 2020