Es curioso hasta qué punto las terminologías de moda pueden llegar a modificar las relaciones entre las personas y hasta qué punto pueden llegar a confundir, a confundirnos. Antes sabíamos que una chica y un chico eran novios. El hecho de serlo incluía ya cierta formalidad, una cierta permanencia en la relación, de manera que podría surgir cierta rectificación si te decían “no, solo somos amigos”, y entendíamos que iban en camino de, pero sin seguridad. Mientras que si iba ya más en serio se hablaba incluso de “prometidos”.
Esposos en castellano es palabra que no necesita matización. En la antigüedad, por ejemplo entre los israelitas, existían los esponsales, de manera que había una situación intermedia entre marido y mujer y los simples novios. Esto no se da en nuestra cultura y por lo tanto podemos decir indistintamente marido y mujer o esposos, con la ventaja de que este último término incluye a ambas partes.
Pero ahora se ha introducido un tercer término: pareja. Es un concepto equívoco, quizá intencionadamente equívoco, para que no se sepa demasiado cual es la relación exacta entre esa mujer y ese hombre. No se habla de “somos pareja”, así como se habla de novios o esposos. Se dice “es mi pareja”. Y se consigue que nadie sepa nada.
En general lo más probable cuando alguien dice de otro “es mi pareja” es que vivan juntos, aunque nunca lo sabremos a ciencia cierta, salvo que se lo preguntemos, lo cual puede ser una intromisión inaceptable. A ti que te importa. El problema que tenemos es que hay personas casadas que hablan de “mi pareja”, en lugar de mi esposo o mi marido. Y también tenemos el problema de que lo que entendíamos por novios hoy nos dirán lo mismo, “es mi pareja”.
Me parece que, por si alguno no se ha enterado, sería bueno describir debidamente lo que es el noviazgo. Lo explica bien Fabio Rosini: “¿Cuál es uno de los carismas del noviazgo? Al tomar las cosas como son realmente, la respuesta que resulta sorprende a algunos: la verdad. El noviazgo es el tiempo de la verdad: ¡fuera todo! Si algo no te gusta ¡dilo! Si pretendes una cosa, ¡comunícala! El otro te dirá “¡Eres más tonta que tonta!”. Y os dejáis. ¡Óptimo! Para esto es el noviazgo, para dejarse, si os debéis dejar. Lo digo mil veces: un buen noviazgo no es el que termina con el matrimonio, sino con la verdad. Si os tenéis que casar, adelante; si no os tenéis que casar, ¡es mejor descubrirlo cuanto antes!” (p. 91).
Suficiente y nítido. Interesa que llegue así a muchas personas. Lo que pasa es que abundan las relaciones que no tienen nada que ver con eso. Simplemente conviven o tienen una relación afectuosa que pasa, casi siempre, por la relación sexual. Es la situación típica de inmadurez de nuestra juventud, o más que juventud. Solo juegan. No tienen ningún interés por la verdad. Lógicamente lo más normal es que no haya hijos. Y quizá, con el tiempo, los lleve al matrimonio. Los menos. Piensan que llegarán a la verdad por la práctica.
Por lo tanto, sería de gran interés volver a los conceptos de siempre, para que sepamos que estos dos mozos tan simpáticos son novios. O para que sepamos, desde el primer momento, que son esposos. Y, si se quiere introducir otro término, que quede claro que la pareja es manifestación de inmadurez, que no hay compromiso, solo jugar, y que ni siquiera somos novios, pues no buscamos la verdad.
Ángel Cabrero Ugarte
Fabio Rosini, El arte de recomenzar, Rialp 2020