Las portadas de los libros, y más cuando abordan cuestiones claves de la existencia cristiana del hombre, son verdaderos retos a la imaginación de los creativos quienes en mucha ocasión logran plasmar la síntesis del libro en la ilustración de la fachada. Desde luego, el acierto de componer este tratado arrancando de la obra clásica del retablo de San Domenica, con los santos y mártires es un verdadero acierto, tanto por su viveza y felicidad como expresividad.
El profesor de teología dogmática de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Juan Luis Lorda, ha publicado ya muchos gruesos e importantes manuales sobre las materias que imparte desde 1982 en la Universidad y, también, ha redactado profundos ensayos sobre antropología teológica y filosófica, moral fundamental, el tratado de la gracia y. últimamente, lo ha hecho, y muy brillantemente, sobre la historia de la teología del siglo XX y, las aportaciones, de los grandes autores que la compusieron en la revista Omnes.
En las obras mencionadas, brilla especialmente la sencillez y claridad expositiva del autor, junto a la síntesis completa del profesor universitario. En efecto, en la obra que presentamos ahora, lo que encontramos es a un hombre de fe que escribe sobre su fe, es decir, algo querido, muy meditado y saboreado: el don recibido de Dios, que, a su vez, es expuesto como sumo atractivo y cuidado al gran público, sobre todo al que podríamos denominar, el descreído y abandonado, para realizar una formal invitación a acercarse y gozar de la fe cristiana.
En esta ocasión, destacamos la sensibilidad (33) con la que está escrita esta invitación a la fe, pues espiga aquellos factores de la belleza intrínseca de la fe y los expone de modo muy atractivo y sugerente. Es indudable que el hombre es grandeza y miseria (38), como lo son las grandes interrogantes de la fe (14).
Inmediatamente, hemos de descender a lo más importante de esta “invitación a la fe” que constituye como su cogollo y que son las páginas dedicadas a explicar quien es Jesucristo y en qué consiste su amor infinito por sus criaturas: “cuando le preguntaron resumió que todo lo que enseñaba se podía resumir en dos mandamientos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como él los amaba. Y hoy sigue igual” (51).
A lo anterior hay que añadir la apremiante llamada a la conversión del corazón de toda la Iglesia, de la “comunión de la Iglesia”, y de cada uno de los cristianos, movida por Dios Espíritu Santo, el único capaz realmente de remover, pues el corazón es lugar recóndito: “ahí solo llega el Espíritu Santo que el Señor nos dio para eso. Por eso, para renovarse, primero hay que querer, y después, rezar. Y después, obedecer a lo que el Espíritu Santo inspira en la oración y en la vida” (92).
Lógicamente, la principal aportación de este trabajo estará en su cristo-centrismo, pues sin la viveza del encuentro personal con Jesucristo, nada en la Iglesia y en la vida cristiana tiene ningún sentido: “El punto central de la identidad cristiana es la fe en Jesucristo” (96).
José Carlos Martín de la Hoz
Juan Luis Lorda, Invitación a la fe, ediciones Rialp, Madrid 2021, 204 pp.