En las conversaciones con profesores de lengua y literatura, sale a menudo a relucir la dificultad de los alumnos para entender los textos, la pobreza de vocabulario con que se expresan… Influyen sin duda muchos factores y también es cierto que hay alumnos que son grandes lectores. Poco ayuda la cultura telegráfica de lo visual, de la ansiedad, de las redes sociales…, porque leer requiere un poco de sosiego, aunque somos muchos los que lo hagamos incluso en el metro, en el autobús o en las colas de espera o en las antesalas con las que uno se topa a veces.
Por esto ha sido un placer el encuentro con la prosa de Enrique Andrés Ruiz en Los montes antiguos (Periférica, 2021), donde narra historias y andanzas por las tierras sorianas del monte Valonsadero. He interrumpido a menudo la lectura para consultar casi con emoción el diccionario, para aprender que bardera es la nube pegada a los montes o que estridular es el chirriar de las cigarras o que huebra puede significar el espacio que se ara en un día o la tierra que no se siembra aunque se are, por poner unos ejemplos. Y luego están las logradas imágenes que abundan en el libro, fruto de la observación pausada, detallista, de unas hojas, de la luz en distintos rincones y épocas del año, de objetos de la labranza, del hogar, etc. Es fácil pensar en Delibes, en Jiménez Lozano, en Aldecoa, en Azorín, en Miró y en otros grandes prosistas que han mimado la palabra y han levantado acta para que no mueran del todo los vocablos de antaño.
Luis Ramoneda
Enrique Andrés Ruiz. Los montes antiguos. Periférica, 2021