Dostoievski, en su novela “Humillados y ofendidos”, pone en boca de uno de sus personajes estas palabras: “No he tenido nunca remordimiento de conciencia por nada. Me adapto a todo y me va bien; como yo hay una multitud, y siempre nos irá bien. Incluso si el mundo se viniese abajo, seríamos los únicos que quedaríamos. Existiremos mientras el mundo exista. El mundo puede naufragar, pero nosotros, los sin conciencia, nadaríamos siempre por la superficie”. (Pensamientos y reflexiones, p. 28).
Esta mentalidad está más extendida de lo que podríamos esperar, para peligro del resto de la gente normal. No tener remordimiento de conciencia supone que esa persona va a lo suyo, a lo que le interesa personal y egoístamente. No le importa lo que es bueno y lo que es malo, solo lo que a él le sirve.
Sospechamos con frecuencia esta actitud en ciertos comportamientos de personas públicas. Tenemos la impresión de que ciertos políticos solo piensan en mantenerse en el cargo. No tienen ninguna dificultad para hacer lo que les proporcione votos, y si en algún momento tuvo algún proyecto de acción política, pronto se olvida con tal de seguir en su sitio. No hay coherencia, no hay un empeño por convencer de nada, porque solo les vale aquello que aporte apoyos para sobrevivir.
Intuimos este modo de pensar en no pocos empresarios. Con tal de enriquecerse, de prosperar económicamente, están dispuestos a engañar a los clientes de las maneras más variopintas. Pueden hacer trampas con las compras y ventas, pueden dar gato por liebre. Lo único importante es que no les pillen. El único límite es la justicia, pero cuando se juega con tanto riesgo, no nos extraña ver a un capitoste de las finanzas en la cárcel.
Lo vemos en los matrimonios. Cuando no hay conciencia hay pocos límites para la infidelidad. Únicamente hay que tener cierta precaución para no ser descubierto. Ni que decir tiene que quien obra así terminará abandonando a su marido o a su mujer tarde o temprano. Parece que un pequeño desvarío no tiene mayor importancia, y es divertido y gratificante. A mí me gusta, pues a por ello. Así se mantiene aquí y allá entre otras cosas la prostitución.
Nos parece que ese modo de pensar, “no he tenido nunca remordimientos de conciencia…”, está presente en esos jóvenes que salen de casa el viernes pensando: “a ver con quien me acuesto esta noche”. No están pensando en nadie, solo en sí mismos. Si un día llegan a casarse, su matrimonio durará lo que la apetencia. Véanse las estadísticas de infidelidades matrimoniales.
Tener conciencia es tener una conexión con lo absoluto, supone tener contacto con la moralidad, lo que quiere decir que hay leyes naturales. Aunque nadie “me pille”, aunque no me metan en la cárcel, aunque no se entere mi esposa…, hay quien me está acusando. Cuando el personaje de la novela de Dostoievski está declarando que a él le va bien así es porque quiere tranquilizar esa conciencia que él quiere negar.
Si lo pensamos un poco, no hay nada que nos pueda dar más miedo que las personas que no tienen conciencia. O lo que es lo mismo, las personas que no tienen Dios. Si no hay Dios no hay ley eterna, no hay nada absoluto en las enseñanzas morales. Es lo que más debemos temer, porque una persona así es puramente egoísta, va a lo suyo a costa de lo que haga falta, pasará por encima de nuestros cadáveres.
Ángel Cabrero Ugarte
Dostoievski, Pensamientos y reflexiones, Rialp 2021