Se ha editado recientemente un espléndido libro de Javier Aguirreamalloa que viene a ser una explicación amena, accesible y atrayente, del Catecismo de la Iglesia. Casi podríamos decir que los capítulos de este libro son los del catecismo.
Tratando sobre la existencia de Dios, en el primer capítulo, y, después de abundar sobre diversos argumentos, hace ver como ya Santo Tomás de Aquino no hablaba de demostraciones si no de vías, porque Dios, siendo espíritu, no puede ser demostrado científicamente.
Después de argumentar sobre esas vías llega a un modo quizá poco utilizado, pero bastante lógico: “En el libro Gramática del asentimiento, Newman acuñó el término sentido ilativo para designar esa capacidad intelectual que permite prestar el asentimiento de la certeza a verdades no demostrables por un método científico” (p. 43).
“Damos asentimiento total a proposiciones para las que no tenemos argumentos perfectos, cerrados. Por ejemplo, yo no tengo evidencia científica, ni puedo construir un silogismo perfecto, que demuestre que la señora que nació en Éibar en 1938 y responde al nombre de Arrate, etc., etc., es mi madre. Sin embargo, tengo certeza absoluta al respecto” (p. 43).
En definitiva, no se llega a la fe desde un camino únicamente intelectual. “El que lleva a Edith Stein -una cabeza privilegiada de la filosofía del siglo XX- a afirmar ‘esto es la verdad’, y entregarse a ella, al terminar de leer la autobiografía de Santa Teresa de Jesús. Los hombres nos tenemos que apañar de este modo, con nuestro sentido ilativo. Casi nunca tenemos certezas demostrables” (p. 44).
Es el valor del ejemplo, de fiarnos de personas, de valorar lo que me enseñan los santos. Y esto lo saben también los enemigos de la Iglesia y por eso se afanan tanto en denigrar. Hay un afán de investigar sobre los abusos sexuales dentro de la Iglesia, y es que saben el daño que se hace a la fe cuando se muestran los malos ejemplos. Lo hemos visto en Irlanda y en otros lugares.
Pero este empeño es verdaderamente indigno. Pocos periódicos o programas televisivos hablan de los miles de sacerdotes y religiosos esparcidos por todo el territorio de España -por no referirnos a los misioneros españoles en muchos países de todo el mundo-, que hacen un bien maravilloso, con una dedicación sorprendente, con una paga que es lo justo para su mantenimiento.
Contra el mal ejemplo de unos pocos señores -que habrá que ver hasta qué punto han hecho algo claramente malo- hay miles y miles de personas verdaderamente ejemplares, que dan su vida por conseguir lo más importante para las personas, su acceso a los sacramentos y a las enseñanzas de la Iglesia. Un trabajo ímprobo y a veces no suficientemente reconocido. Siempre habrá quien se queje de que el párroco no tenga más tiempo abierta la iglesia, por ejemplo, y no se dan cuenta de que está atendiendo a cinco parroquias, sin parar, de un sitio para otro.
Esto es lo admirable. Pero hay no pocas personas empeñadas en atacar a la Iglesia, a los sacerdotes, a los religiosos. Y tiran cruces en los pueblos y producen destrozos en iglesias, por un sentimiento diabólico, pues no se puede hablar de actuaciones puramente humanas. El buen ejemplo es la mejor predicación, pero de esto no suelen informar demasiado los medios, porque quizá no vende, pero lo vemos en directo cada día.
Ángel Cabrero Ugarte
Javier Aguirreamalloa, La historia de amor más grande jamás contada, Palabra 2021