Necesitamos distancia para analizar los hechos históricos de modo que la historia pueda ser, efectivamente, maestra de vida. Para eso hacen falta documentos auténticos y no solo memorias y recuerdos que, habitualmente, son subjetivos.
Asimismo, hace falta volver sobre los hechos históricos y descubrir las corrientes de opinión que los vivifican para encontrar las raíces y, de ese modo, acercarnos a esos hechos e interpretarlos.
En nuestro caso, para abordar las grandes preguntas que se plantearon en el siglo XX, hay que empezar por recordar que el Concilio Vaticano II marcará un cambio muy profundo en el modelo de Iglesia que podríamos sustanciar en la profundización dogmática que transcurre entre la “Iglesia Sociedad Perfecta” del Vaticano I y la “Iglesia de Comunión” del Vaticano II. De hecho: “Para que las cosas se arreglen, primero se tienen que desarreglar” (6 de enero 1941).
Inmediatamente, hemos de recordar la propia historia del anuncio, preparación, desarrollo y aplicación del propio Concilio Vaticano II desde 1959 hasta 1965. Los historiadores han expresado toda esta compleja cuestión como el juego de mayorías y minorías o de modo “más basto” entre “conservadores o progresistas”.
Seguidamente, La historia del posconcilio Vaticano II, la recepción de la doctrina conciliar y el fenómeno de la contestación, ha sido interpretado de dos maneras muy distintas; la primera, obra del cardenal Ratzinger está recogida en el “Informe sobre la fe” (BAC, 1985), donde afirmaba que la interpretación sesgada del Concilio en algunos sectores, denominado “fenómeno de la contestación”, se debía a haber utilizado la hermenéutica de la ruptura y no el de la Tradición.
La segunda gran interpretación de los hechos, ha sido la que aportaba el cardenal Müller, entonces prefecto de la Congregación de Doctrina sobre la fe en su “Informe sobre la esperanza” (BAC, 2016), en el que resaltaba que el modernismo que había quedado escondido desde la publicación, en tiempos de san Pío X, de la Encíclica “Pascendi” y el Decreto “Lamentabili”, habría rebrotado con una gran virulencia y nuevas interpretaciones de la distinción entre “el Cristo de la Historia y el Cristo de la fe”, con la gravísimas consecuencias en material moral y disciplinar. Todo ello combinado con el llamado “tsunami litúrgico”.
Finalmente, habremos de referirnos al largo Pontificado de San Juan Pablo II, su entrega sin límite y la verdadera aplicación del Concilio: llamada universal a la santidad, renovación de la liturgia y de la vida moral cristiana, documentos magisteriales, nuevo Código de Derecho Canónico, Catecismo Romano, Liturgia de las horas y el nuevo Misal y leccionarios, viajes, JMJ, etc. Todo ello continuado por Benedicto XVI hasta su renuncia. La llegada del papa Francisco ha sido verdaderamente providencial pues con la ayuda y la fuerza del Espíritu Santo, ha dado respuesta a los graves problemas de la Iglesia del arranque del siglo XXI: el intento de provocar una gigantesca desconfianza en la Iglesia por los casos de pederastia acaecidos en el siglo XX, la durísima pandemia y la guerra de Ucrania y tantos otros.
José Carlos Martín de la Hoz