¿Cómo es el Dios en quien creemos?

 

Evidentemente, esta pregunta se la plantearon los primeros cristianos inmediatamente, pues todos ellos tenían la experiencia de su encuentro personal con Jesús y habitualmente quedaban impactados por su figura, por sus palabras, por sus obras y por sus milagros. De hecho, por ejemplo, en el inolvidable milagro de la tempestad en la barca, cuando Jesús intervino y se produjo la calma, ellos comentaron entre sí y exclamaron: “¿Quién es este que hasta el viento y el mar obedecen?” (Mc 4, 41).

Es más, la evangelización consiste esencialmente en dar respuesta a esta pregunta básica y elemental. Como afirmaban Pedro y Juan a las autoridades del Sanedrín que les conminaban a callar sobre Jesús y su doctrina salvadora y ellos respondieron: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Act 4,20). Es decir, quién y cómo era Jesús y lo que les había dicho.

También es verdad que esa misma pregunta, desde el punto de vista teológico tardará un cierto tiempo en formularse con precisión, pues para eso hacía falta el propio desarrollo de la teología y encontrar los términos adecuados para exponer lo que todos desde el principio amaban y vivían.

El profesor de la Universidad Católica de Santiago de Chile, Samuel Fernández (Santiago de Chile, 1963), especialista en historia de la Iglesia antigua, aportará en el trabajo que ahora presentamos una magnífica síntesis de los primeros intentos teológicos hasta llegar al Concilio de Calcedonia donde se alcanzará aquella inolvidable formulación de la unidad de persona y la doble naturaleza, divina y humana; inconfuse, indivise, inseparabiliter, inmutabiliter (canon 26).

Lo interesante de este estudio radica en que está dirigido a un gran público, de modo que todos los interesados, no especialistas, puedan acceder a los apasionantes debates de los primeros siglos y, de ese modo, al conocer más y mejor a Jesucristo, podrán amarle más y mejor (11).

Ante la pregunta planteada en los comienzos del libro, nuestro autor comenzará por afirmar claramente, según los datos evangélicos y patrísticos: “Creo en el Dios que ha sido revelado en Jesús de Nazaret” (18). A lo que añadirá: “Esta comunidad -la Iglesia- inicialmente recordó los hechos y las palabras del Maestro por medio de la predicación oral, los comentarios y explicaciones en las asambleas” (19).

Es muy interesante que nuestro autor recoja la esencia del Maestro Jesús, pues desde entonces hasta hoy, en la Iglesia, solo ha resonado la voz del Maestro, y todo el Magisterio y la voz de los pastores han sido siempre únicamente fieles discípulos del único y verdadero Maestro, puesto que han ahondado en su oración personal: “Todo esto, para transmitir la experiencia histórica del impacto que el maestro de Galilea había provocado en los primeros que le siguieron” (20). Cristo no fue un solitario: “estaba siempre vinculado con el Padre, el Espíritu Santo y sus discípulos” (21).

José Carlos Martín de la Hoz

Samuel Fernández, El descubrimiento de Jesús. Los primeros debates cristológicos y su relevancia para nosotros, ediciones Sígueme, Salamanca 2022, 205 pp.