Precisamente en estos días finales de la Cuaresma, cuando nos vamos acercando a la Semana Santa y, en concreto, al Triduo Sacro, no podemos dejar de caer en la cuenta de que, en realidad, toda la Liturgia y la vida de la Iglesia se había centrado en Jesucristo y es desde que comenzó el misterio de la encarnación del Verbo.
Efectivamente, si leemos con atención el Nuevo Testamento y lo meditamos con paz y serenidad, observaremos que todo él está centrado en Jesucristo y, de hecho, podemos observar, que parece un movimiento uniformemente acelerado hacia la cruz: treinta años de vida oculta, tres años de vida pública, tres días de pasión y muerte y, finalmente, tres horas de agonía, hasta derramar la última gota de su sangre.
Como expresa magníficamente el profesor de la Universidad Católica de Santiago de Chile, Samuel Fernández (Santiago de Chile, 1963), especialista en historia de la Iglesia antigua, en el trabajo que ahora presentamos, toda la teología católica terminará por desarrollarse y alcanzar un zenit en los cánones del Concilio de Calcedonia.
En ese itinerario, el profesor Fernández, se detiene en los estudios y aproximaciones de Orígenes sobre la cuestión. Por ejemplo, en el tratado “Sobre los principios”, hablando de la encarnación, decía el pensador Alejandrino: “En efecto, teniendo en cuenta estas enseñanzas tan numerosas y destacables acerca de la naturaleza del hijo de Dios, con suma admiración quedamos estupefactos porque esta naturaleza divina que supera todo, vaciándose de su estado de grandeza, se hizo hombre y convivió entre los hombres”.
Enseguida añadirá con enorme intensidad y viveza, acerca de la encarnación: “Entre todos sus milagros y maravillas, este desborda la admiración de la mente humana y la fragilidad de la inteligencia mortal es incapaz de hallar cómo puede captar o comprender que se deba creer que una tal potencia de la grandeza divina, aquel mismo Logos del Padre y la misma Sabiduría de Dios, en que fue creado todo lo visible y lo invisible, estuvo dentro de la delimitación del propio hombre que apareció en Judea; además, que la Sabiduría de Dios entró en el vientre de la mujer, nació como niño y emitió un gemido como el de los niños que lloran, luego, que se narra que incluso fue sacudido en la muerte” (89).
Efectivamente, en estos días de la Semana Santa, conviene que meditemos en el misterio de la encarnación para captar con mayor viveza lo que afirmaba san Alfonso María de Ligorio, cuando formulaba la pregunta de la teología clásica: “Cur Deus homo?, ¿Por qué se ha hecho hombre?”. La respuesta hasta entonces había sido: que era necesario el misterio de la muerte redentora y el sacrificio de valor infinito, pues convenía como sobreabundante satisfacción a Dios Padre o como los méritos de valor infinito que restañasen la justicia divina. Es decir, explicaciones teológicas de gran valor soteriológico y cristológico. Pero, en realidad, como afirmaba san Alfonso María de Ligorio, fundador de los Redentoristas, fue el amor a cada hombre lo que indudablemente le llevó a la pasión y Muerte redentora.
José Carlos Martín de la Hoz
Samuel Fernández, El descubrimiento de Jesús. Los primeros debates cristológicos y su relevancia para nosotros, ediciones Sígueme, Salamanca 2022, 205 pp.