¿Hacía falta un Salvador?

 

Todos los años en Navidades, la liturgia de la Iglesia nos trae a la memoria las palabras del Salmo “Hoy nos ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor” (Sal 95,1-2,) y aquellas otras del prólogo del evangelio de san Juan: “Y el verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria” (Io 1,14).

Sin lugar a duda, a aquellos hombres y mujeres cristianos de la primera hora las cosas  les cuadraban: por fin, después de tantos siglos y siglos de esperanza mesiánica, había llegado el momento, les había nacido el Salvador en Belén de Judá y, tras su muerte redentora y gloriosa resurrección, Cristo se habría marchado al cielo y, a la vez, habría decidido permanecer entre nosotros en la eucaristía, en nuestra alma en gracia y en la Iglesia por él fundada.

En cualquier caso, la concepción de Cristo como el Salvador era una concepción soteriológica clara, que renovaban sacrificialmente y sacramentalmente en el único y verdadero sacrificio de la Nueva Ley, la Santa Misa.

Efectivamente, en el trabajo magníficamente realizado por el profesor de la Universidad Católica de Santiago de Chile, Samuel Fernández (Santiago de Chile, 1963), especialista en historia de la Iglesia antigua, que ahora presentamos, verdaderamente muestra como la incipiente teología católica desde el principio trató a Cristo como el Salvador, no solo porque cumplía las profecías mesiánicas del judaísmo, sino sobre todo, porque con su muerte redentora nos abrió las puertas del cielo y nos alcanzó el perdón de los pecados.

Nuestro autor, al tratar del tema de la salvación en los primeros siglos del cristianismo, nos hace caer en la cuenta del alcance de los errores de Marción y de los gnósticos del siglo II, que tenían un particular modo de entender el Dios del Antiguo Testamento y también reducían el alcance y las almas a los que se dirigía la salvación: los selectos inscritos en la verdadera gnosis (101).

Es interesante que san Ireneo de Lyón, y con él los padres de la Iglesia y el Magisterio hacían referencia a que “la obra de la creación fue, una opción libre por parte de Dios” (102). A lo que añade que “comprendió creación y salvación como parte de un único proceso que avanzaba hacia la plena unión entre Dios y el ser humano. este proceso tuvo su inicio en la creación. Luego se realizó en la encarnación y culminará en la escatología (al final de los tiempos)”.

Inmediatamente, nuestro autor aportará la clave de la cuestión con sabias palabras de san Ireneo de Lyon: “Ireneo se pregunta, ¿no podría Dios haber creado a la humanidad perfecta desde el principio? Y responde que el ser humano, por ser creado, no posee por sí mismo la perfección: ha sido hecho nombre para llegar a ser Dios” (103). Efectivamente, salvación y salvador, no solo para perdonar los pecados y salir del estado del pecado original, y la gracia de un salvador para llevar a género humano y a cada hombre a la plenitud del amor y de la gracia (108).

José Carlos Martín de la Hoz

Samuel Fernández, El descubrimiento de Jesús. Los primeros debates cristológicos y su relevancia para nosotros, ediciones Sígueme, Salamanca 2022, 205 pp.