En los años sesenta la dialéctica marxista de corte gramsciano y seguidores de autores como Lévinas, Foucault, Deleuza, etc., impulsaron un amplio debate en el campo de las ideas políticas y sociales que afectó tanto a la Iglesia como a la sociedad civil y se centró, entre otras cosas, en establecer una oposición frontal en las relaciones entre las viejas instituciones y los “movimientos” que crecieron mucho en aquellos años (19, 63).
Ese intenso y poco profundo debate se fue extendiendo y prolongando y ha llegado, ciertamente metamorfoseado, hasta nuestros días, pues aquél acoso y derribo de deconstrucción de las instituciones de toda la vida, ponía en conflicto a muchas de las sólidas organizaciones que habían contribuido a la firmeza del basamento de siglos de la civilización, primero cristiana y luego liberal, frente a los nuevos y aparentemente efímeros movimientos y por tanto generadores de iniciativas, siempre amenazantes de las estructuras obsoletas (20, 21).
Evidentemente, tras esta peculiar dialéctica se escondía muchas veces una manera ideologizada de enjuiciar la vida humana como lucha de clases y, por tanto, de entender la naturaleza humana y el carácter de la verdadera libertad y, por tanto, contenía un enfrentamiento por alcanzar el poder e imponer desde ahí las propias tácticas e ideas.
Como es sabido, la ideología marxista lleva, en primer lugar, a “tomar conciencia de clase”, al discurso del odio, a la mentalidad de víctima de la injusticia, etc., que conlleva una personalidad herida, excluyente y profundamente individualista, que contrasta con la antropología clásica cristiana y, sobre todo, con los principios de la búsqueda del bien común y de la dignidad de la persona huma: de toda persona humana (25, 26). Para la democracia occidental quien no ha tomado conciencia de clase, es un hombre y debería seguir teniendo derechos y deberes y no puede ser tratado nunca ni como un tornillo, ni como un esclavo ni como un paria.
El profesor Roberto Esposito después de recorrer las grandes aportaciones de los filósofos contemporáneos mencionados explica de una manera ordenada cómo el análisis de la cuestión no llevó a una síntesis superadora hegeliana, ni a las destrucción de las instituciones sino a algo mucho más práctico y más humano: la renovación y modernización de las instituciones tal y como se observa en las democracias integradas en la comunidad europea y en la mayoría de la instituciones eclesiásticas y, por supuesto, de la propia sede apostólica.
Las aportaciones históricas al problema resumidas por el profesor Esposito son verdaderamente interesantes para aprender del pasado (26, 45-48) y sobre todo, para marcar algunas líneas de renovación futura de las instituciones. La primera y más interesante es la renovación del concepto de naturaleza humana (60) y su relación con la teología de la creación (104), pues indudablemente las instituciones o están abiertas a la creatividad humana o no podrán subsistir como instrumentos de progreso pero, además, sin una visión trascendente de la vida es muy difícil entender en profundidad la libertad como energía para la vida y la realización personal.
José Carlos Martín de la Hoz
Roberto Esposito, Institución, ediciones Herder, Barcelona 2022, 105 pp.