La historia de la Iglesia Católica en el comienzo del siglo veintiuno, muestra claramente cómo se han cumplido a la letra aquellas palabras proféticas de Jesús a sus apóstoles el día de la Ascensión: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).
Efectivamente, con todo lo que ha pasado, las campañas que se han vertido contra la fiabilidad de la Iglesia, verdaderamente se puede decir que si no fuera por la ayuda divina, la Iglesia habría perecido en el oleaje de la tempestad y las borrascas.
Por otra parte, es claro que ha Iglesia ha permanecido, en primer lugar, como estructura y organización visible, como esposa de Cristo, cuerpo místico y como Pueblo de Dios en marcha todos unidos detrás del Santo Padre y sus pastores.
Asimismo, hemos de afirmar sencilla y llanamente que, con la gracia de Dios, hemos sido fieles al tesoro de la Revelación que se nos ha entregado. Después de veinte siglos, podemos afirmar que creemos lo mismo que los primeros cristianos, aunque, también hay que reconocer que conocemos mejor a Jesucristo que aquellos primeros pues debido a la cadena de oración de veinte siglos hemos aprendo mucho.
Hemos permanecido fieles y visibles a pesar de los zarpazos, a veces tremendos, que el demonio ha ido arrancando, algunos de los cuales tienen más vida que otros en la actualidad, dependiendo del grado de verdades que quedaran el ellos: casi todos en la ortodoxia oriental, casi nada en el Islam.
La Iglesia actual, como la de siempre, es a la vez, santa y pecadora. En primer lugar, santa porque ha nacido del costado abierto de Cristo en la Cruz y Él es santo. Además, la revelación que custodiamos desde los inicios hasta el día de hoy, es santa, porque procede de sus labios. También, la Iglesia es santa porque lo sacramentos que se imparten son santos y, por supuesto, son alimento de santidad y gracia “ex opere operato”. Finalmente, es santa, por el evangelio que predica y que, además, tiene la virtualidad de fecundar todos los ambientes, personas, culturas y civilizaciones sigue siendo como un bálsamo milagroso.
A la vez la Iglesia es sencillamente pecadora por los hombres y mujeres que caminamos en la Iglesia peregrina lo somos y estamos llamados a la conversión constante, pues “el justo peca siete veces y otras tantas se levanta”.
La Iglesia es católica porque está implantada en el mundo entero y porque su mensaje ha llegado a personas de todas las razas, culturas, lenguas, estatus social, edades y maneras de ser y de vivir.
Finalmente, la Iglesia de Cristo es apostólica porque los obispos de la Iglesia están en comunión con Roma y cada uno de ellos procede de los primeros apóstoles, pues la tradición ha probada la trasmisión del sacramento del orden a través de los sucesores de los apóstoles-
José Carlos Martín de la Hoz
Historia de la confianza en la Iglesia, ediciones Rialp, Madrid 2011, 288 pp.