Con estas significativas palabras escribí hace muchos años un extenso libro lleno de anécdotas y sucedidos históricos con el único objetivo de enseñar a los cristianos que se han tomado en serio el seguimiento de Cristo, a encajar los golpes de la vida, los desconciertos y desorientaciones que, a veces, Dios permite que nos sucedan a lo largo del camino de la salvación.
Ciertamente, como afirma el libro de la Sabiduría: “El oro se acrisola en el fuego y el hombre en la tribulación” (Sab 2,5). En definitiva, las dificultades, como sabemos todos, tienen un gran valor pues nos ayudan a madurar en el amor.
Llegados a este punto, conviene recalcar otra idea fundamental que me gustaría grabar en los corazones de todos: “sin amor no se puede vivir y sin familia no hay quien aguante”. Es indudable que todos nosotros hemos nacido para ir al cielo y, además, cuando llegan las dificultades también llegan inmediatamente las ayudas del cielo y el aliento de la Madre de Dios.
Es gracioso que, un día de verano, en el aeropuerto de Split, En Croacia, mientras estaba comiendo un bocadillo esperando la salida del vuelo escuchaba la televisión que estaban con una telenovela en español a todo volumen: “¡Cielo tienes vocación de cielo!”. Efectivamente, tenía toda la razón. Todos tenemos una vocación muy clara: irnos al cielo.
Indudablemente y aquí estás la clave de la cuestión, el cristianismo no es una suma de preceptos, sino vivir con Jesucristo, codo con codo nuestra vida, pues solo así podremos ser verdaderos discípulos suyos y así sólo Él será la razón de nuestra entera existencia. En definitiva, hacer las cosas con Jesucristo es sencillamente anticipar el cielo en la tierra y luego viviremos el cielo en el cielo.
Precisamente, en la medida en que caminemos codo con codo con Jesucristo, experimentaremos juntos aquella expresión de san Pablo que está recogido en los Hechos de los Apóstoles: “Per multas tribulationes oportet nos intrare in regnum Dei” (Act 14, 21): A través de muchas dificultades nos conviene entrar en el reino de Dios, es decir, que las tribulaciones terminarán por unirnos más a Jesucristo.
Evidentemente, muchos de los problemas que nos encontraremos a lo largo de la vida se solucionarán a largo plazo, otros después de años de trabajo y siempre las soluciones vendrán de la vida de oración y de los consejos de la dirección espiritual y de los verdaderos amigos, pues para ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, es necesario consultar.
No hace fata que ahora se nos aparezca la Virgen en nuestra habitación para decirnos lo que debemos hacer, pero sí es necesario que acudamos a su auxilio, que busquemos su mediación y, por supuesto, que contemos con el Santo Rosario como el arma más poderosa para lograr las gracias del cielo que son imprescindibles para dar un solo paso en el camino del cielo.
José Carlos Martín de la Hoz
El valor de las dificultades, ediciones Cobel, Alicante 2014,