Y qué hago yo solo en Paris

 

Al final de su vida, el médico pediatra y catedrático de la Universidad san Carlos de Guatemala, Ernesto Cofiño (1899-1991), viudo con cinco hijos y muchos nietos y, sobre todo, muchos amigos, pacientes e involucrado en el desarrollo cultural, social sanitario y económico de su tierra, recibió una llamada del Presidente de la República que le invitaba a jubilarse de su carrera y trasladarse a Paris para ser el embajador de Guatemala en Europa.

Ernesto Cofiño, el primer fiel supernumerario del Opus Dei en Centroamérica, lo meditó en la presencia de Dios, habló con el Presidente para agradecerle la confianza y la deferencia pero le comunicó que le parecía más necesaria su presencia en Guatemala donde le esperaban quince años de una espléndida tarea en servicio de Dios, de la Iglesia y de las almas.

En efecto, Ernesto, natural de la ciudad de Guatemala, Hijo de una familia de finales del siglo XIX, en Centroamérica, tuvo que salir del país para labrarse un futuro, pues en ese momento la situación social y política estaba completamente cerrada.

Tras muchos sacrificios y penalidades, pudo realizar la carrera de Medicina, nada menos que en Paris donde se impartía la mejor docencia de Europa y , además, en la nueva especialidad de Pediatría y, en su máximo rigor científico y con los mejores maestros de la primera mitad del siglo XX.

Evidentemente el camino no fue fácil, y de hecho logró al tercer intento una plaza entre los setenta alumnos internos que harían la especialidad y podrían poner en marcha la nueva especialidad de Pediatría.

Ernesto Cofiño tuvo que superar la tentación de quedarse a trabajar en Francia donde se le abren importantes posibilidades, pues sabía lo suficiente de su especialidad y, además, había sido admitido en la selectísima sociedad parisina de su época.

El sentido de responsabilidad de un hombre del siglo XIX funcionó y, finalmente, Regresó a su tierra con la ilusión de aplicar tan importantes hallazgos a su tierra y aplicar a la medicina el elemento de la investigación que había aprendido en Paris  y lograr cambiar, como sus colegas del mundo entero,  la curva de la historia, pues debían terminar para siempre con la alta tasa de mortalidad infantil, la gran plaga junto al analfabetismo del comienzo del siglo XX.

Pocos años después se producirían dos acontecimientos trascendentales. El primero el descubrimiento de su vocación matrimonial con el enamoramiento de Clemencia, una joven diez años más joven que supo llevarle por caminos del verdadero  amor de donación incondicionada, siempre enamorados y de aprender a compatibilizar la vida profesional con la vida familiar y social.

Estas eran las características de la nueva y naciente clase media y  profesional de Ciudad de Guatemala que conformarán la nueva Guatemala y la nueva Centroamérica, una cultura y una civilización occidental con acentos y personalidad propia. cristiana, laica, religiosa, audaz y dinámica como se puede observar en la actualidad.

El segundo acontecimiento fue a través de su buen amigo, el arzobispo de Guatemala al que le unía un gran respeto y admiración junto con una gran amistad desde que comenzó a tratarle como médico.

Un día monseñor Mariano Rosell le dijo,” ya he encontrado un director espiritual para usted” y le presentó a don Antonio Rodríguez Pedrezuela, el nuevo vicario regional del Opus Dei en Centroamérica que había llegado a Guatemala poco tiempo antes  para poner el trabajo apostólicos en marcha.

Desde el dos de octubre de 1928, san Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975) había comenzado a abrir los caminos divinos de la tierra predicando, por inspiración divina, la llamada universal a la santificación del trabajo ordinariez y a contagiar el amor De Dios a través de un incesante apostolado de amistad y confidencia. Con el paso de los años y tras abrirse camino en el mundo entero el fundador fue canonizado por san Juan Pablo II el 6 de octubre de 2002.

En 1983 el Santo Padre le dio el estatuto jurídico de Prelatura personal de ámbito universal para promover el carisma de difundir la llamada universal a la santidad y al apostolado.

Así pues, Ernesto se incorporó al Opus Dei con 56 años y ese carisma iluminó desde entonces sus entera existencia, devolviéndoles, por amor De Dios sus ilusiones grandes de juventud.

En efecto, una de las primeras vocaciones del Opus Dei, Encarnita Ortega había anotado en unos días de retiro predicados por san Josemaría en 1941 en Alacuás, Valencia: “la mejor mortificación es la perseverancia en la ilusión del trabajo comenzado”.Indudablemente, la vocación de Ernesto le llegó como anillo al dedo y de hecho le devolvió la ilusión profesional, familiar y social, para meter amor de Dios en todas las actividades que realizaba

Efectivamente, Ernesto fue madurando durante casi cuarenta años en el amor a Dios y a las almas. La cátedra de pediatría, en la universidad de san Carlos, sus iniciativas de salud pública y el amor a Dios que inundaba todos los órdenes de su existencia familiar y el apóstol diario.

Finalmente el doctor Cofiño se jubiló y dedicó los últimos años de su vida hasta la muerte a levantar fondos y poner en marcha obras sociales, asistenciales y educativas que hoy son una gozosa realidad.

El Siervo de Dios Ernesto Cofiño falleció con fama de santidad y de intercesor el día 17 de octubre de 1991, mientras rezaba el rosario y en la fase final de un terrible cáncer que minó su vida. Su causa de canonización está en su fase Romana.

Dios quiere que Ernesto sea modelo e intercesor para  muchas almas y, de hecho, son ya miles las personas de toda clase y condición que acuden a su intercesión y han obtenido favores y gracias del cielo.

José Carlos Martín de la Hoz

Gustavo González Villanueva, Ernesto Cofiño Ubicó, un médico apasionado por la vida, ediciones Promesa, San José de Costa Rica, 2001, 312 pp.