Si le digo a un amigo que tiene que educar a sus niños en libertad seguramente me dirá, sobre la marcha, “¿pero de qué me estás hablando? El niño necesita que sea un poco duro con él si quiero que aprenda, que sepa lo que cuesta la vida, si quiero que saque buenas notas”. Esto lo puede decir un padre responsable que quiere hacer lo mejor para el niño, pero que entiende poco. Luego hay otros padres que “no tienen tiempo” ni para esto ni para nada. O sea, a los niños que les eduque mamá, si es que tiene tiempo, o la chica, que vete tú a saber.
Pero es esencial educar en libertad, y eso no es tarea sencilla. Hay que aprender, hay que pensarlo con profundidad, hay que entender de qué se trata. “¿Qué es aprender a convivir? Es aprender el juego de dar y recibir, la base de toda vida social. En la conversación hay que participar, pero no hablar todo el tiempo; contestar a las preguntas, pero sin brusquedad; interesarse por los otros, pero sin insistencia; saber prestar los juguetes; saber entretenerse solos cuando nuestros amigos y los adultos están ocupados; no exigir ser el centro de atención en todo momento; no destrozar juguetes ni objetos de la casa o del colegio; aprender a obedecer a los adultos si dicen que hay que terminar el juego por alguna razón. Muchos niños de cuatro o cinco años han interiorizado las reglas de la convivencia en el sentido aquí descrito”[1].
La responsabilidad de los padres en la educación de los hijos es muy grave. Y es cosa del padre y de la madre, con dedicación de tiempo, con inmenso cariño, con bastante comprensión. Por lo tanto hay que profundizar en lo que esto significa. Hay que preguntar a los más expertos, en caso de que haya dudas. Hay que dedicar tiempo, porque esta es la tarea más importante que los padres tienen a lo largo del día, de cada día.
“El niño necesita adquirir costumbres positivas para él y su entorno y no disfrutará de una vida feliz y productiva sino aprende a comportarse de una manera aceptable para la sociedad”[2]. Educar en libertad es enseñar al niño que el capricho no rinde. El niño tiene que entender que los padres son quienes saben lo que es bueno, y eso lo aprenden cuando ven cariño en el trato, aunque a veces hay que poner cara seria para echar una bronca. Así está aprendiendo, desde pequeño, qué es lo mejor para su vida y, según vaya creciendo, actuará con alegría, o sea con libertad, porque se da cuenta de que merece la pena.
“El lazo entre el trabajo, el aprendizaje y la felicidad supone, según Russell, que sólo se alcanza la felicidad utilizando la propia capacidad plenamente, y no hay logro grande sin un trabajo persistente, absorbente, difícil, un esfuerzo que deja poca energía para la diversión. Por eso, hay que adquirir desde la niñez la capacidad para aguantar una vida en parte monótona y ocasionalmente incluso rutinaria. Todo esto, porque sencillamente no hay otro modo de llegar a ser feliz”[3].
El problema más importante a veces es que los padres entiendan qué significa libertad.
Ángel Cabrero Ugarte