Hace unas semanas vino a verme uno de los mejores alumnos del Master para las Causas de los Santos que ha tenido lugar en la Universidad de San Dámaso en Madrid, organizado por el Dicasterio para las Causas de los Santos, el vicepostulador general de la Orden de San Juan de Dios, y charlamos un buen rato de las causas que tiene en marcha y de las que están en ciernes. Como siempre, es un motivo de gran alegría constatar cómo el Espíritu Santo sigue suscitando muchos nuevos modelos e intercesores para el pueblo de Dios del pueblo de Dios. Santos actuales, santos de barrio, de proximidad.
Enseguida comprobamos cómo cada vez que nos encontramos personas de este gremio de las “Causas de los Santos”, empezamos a hablar de posibles milagros atribuidos a la intercesión de beatos, santos y siervos de Dios, pues indudablemente esos testimonios de favores y gracias son siempre el motor de estas Causas.
Finalmente, la conversación terminó con el obsequio siempre interesante de unas estampas recientes, de alguna biografía y, sobre todo, con anécdotas chispeantes, pues los santos dan trabajo, pero no dan problemas. En esta ocasión, me entregó la semblanza del Hermano Adrián (1923-2015), limosnero del Hospital de San Juan de Dios de Jerez de la Frontera. Un toledano, pequeño de estatura, muy grande de espíritu que murió con fama de santidad en esa ciudad andaluza, casi centenario, hace muy pocos años.
Es conmovedor que esta semblanza esté redactada al final de su vida con los testimonios y recuerdos de los que han vivido con él, de sus hermanos de la orden, de los pobres y enfermos que trataba, de las personas con las que se encontraba cada día.
Recuerdo hace muchos años una persona muy importante e inteligente que tuvo durante muchos años de su vida, como parte de su oficio, la tarea de levantar fondos para instituciones educativas, formativas, universidades, colegios y centros de formación profesional. Precisamente, una de las personas más importantes del país que solía ayudarle con algunas aportaciones exclamaba: “Luis tiene un pedir, que es un dar”.
Me acordaba de esa anécdota mientras leía la semblanza de un hombre cuyo oficio era recorrer las calles y plazas de Jerez, las casas de los vecinos y los mercados de la ciudad pidiendo limosnas para el hospital de San Juan de Dios y para las necesidades de los pobres y menesterosos que acudían al convento de san Juan De Dios anejo al Hospital, donde vivía el limosnero de Dios para solicitar una ayuda para salir adelante (15).
Precisamente, en las primeras líneas de esta semblanza se aporta el hilo conductor de toda la narración: el hermano Adrián rezaba por las personas a las que iba a pedir y rezaba por los pobres que iba a atender. Era consciente de la necesidad de rezar cada día más y mejor para ser un digno limosnero de Dios. Siempre procuraba “tender la mano con respeto y sin invadir a su bienhechor. Lo único que pretendía cuando se acercaba a él era que descubriera que toda persona lleva dentro de sí un bienhechor” (11).
José Carlos Martín de la Hoz
Antonio Mariscal Trujillo, Hermano Adrián. Limosnero de Dios. Vida, obra y aventuras del Hermano Adrián del Cerro, orden hospitalaria de san Juan de Dios, ediciones Alsur, Granada 2015, 117 pp.