El planeta de Dios

 

Indudablemente, en los últimos años, se ha alcanzado un clima de mayor serenidad y respeto mutuo, sobre todo en Europa, en las relaciones entre fe y ciencia, seguramente debido a que cada uno, con prudencia, ha procurado evitar meterse inútilmente en campo ajeno (82).

En las siguientes líneas nos detendremos a recabar algunas reflexiones sobre la “naturaleza del saber científico”, al hilo del reciente trabajo del profesor de astronomía de la universidad de Harvard, Owen Gingerich (Estados Unidos 1930), quien ha recopilado tres conferencias suyas sobre tres temas científicos de gran repercusión y de perenne actualidad.

Al comienzo de su trabajo el profesor Gigerich nos habla de Aristóteles y del sentido teísta de su teodicea (11), para enunciar el hallazgo de algunos fósiles guía descubiertos recientemente, en apoyo de las hipótesis de Darwin y, también, de la necesidad de recabar las afirmaciones de los grandes científicos acerca de la inutilidad del azar como argumento científico o filosófico (15, 63, 64). Finalmente, culminará su introducción con una llamada al diálogo fe y ciencia (16).

Seguidamente, nuestro autor desgranará tres grandes cuestiones a lo largo del libro que deseamos presentar. En primer lugar, hablaremos del giro astronómico de Copérnico (1473-1543), seguidamente, de la cuestión del origen de las especies según Charles Darwin (1809-1882) y, finalmente, de las aportaciones del astrofísico Hoyle (1915-2001) a la naturaleza del universo.

Lo primero de todo y vale la pena recordarlo, es que Copérnico es contemporáneo de Lutero y de Cristóbal Colón (16), asunto que vale la pena considerar, no solo como elemento geográfico y vital, sino como estado de la cuestión.

Al hablar de Copérnico, nuestro autor comienza por señalar el fracaso de las teorías del astrónomo durante siglo y medio (1543 a 1700) hasta que el peso de los principios del heliocentrismo terminó por derrotar al geocentrismo y la Iglesia retiró sus obras del índice (47) para recordar, una vez más, que la Biblia no es un tratado de geología ni de astronomía y, por tanto, que es la tierra la que gira alrededor del sol y que la afirmación geocéntrica del Salmo 140, ha de leerse en sentido espiritual o alegórico y no en sentido literal y científico. Es más Newton acabó prediciendo el achatamiento de los polos (47).

En segundo lugar, se muestra partidario de la creación divina compatible con el origen de las especies de Darwin (60), los descubrimientos genéticos de Mendel (61), el proyecto genoma humano (65) y la Eva mitocondrial (65). En cualquier caso, nuestro autor reconoce una inteligencia divina en el origen del mundo y del hombre y en el tiempo (70), lo que denomina el “salto ontológico” (71).

Finalmente, se detendrá en la distinción entre creación teológica y origen astrofísico para introducir la figura del astrofísico Fred Holy y sus descubrimientos sobre el origen del carbono en el mundo. Algo imposible de explicar por la naturaleza ciega (96). También el magisterio superpuesto y la causa final quedan pendientes de estudio (114).

José Carlos Martín de la Hoz

Owen Gingerich, El planeta de Dios, Trotta, Madrid 2022, 124 pp.