La Residencia Zurbarán

 

Siempre es un motivo de alegría cruzar el umbral de la puerta de la calle Zurbarán 24-26, donde la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri fue recibiendo en octubre de 1946 a tantas universitarias llegadas a Madrid para comenzar sus estudios universitarios en la capital de España.

Aquellas mujeres, muchas veces acompañadas por sus padres, llegaban con gran ilusión, dejaban sus maletas en la habitación de aquella residencia de señoritas y pasaban un rato gratísimo de bienvenida con Guadalupe en la sencilla salita de recibir de aquella casa.

La alegría de Guadalupe, su sonrisa abierta ganaba la confianza de Guadalupe y de sus padres, y comenzaban a vivir un proyecto vital: santificarse en medio del mundo a través de sus estudios, del trabajo profesional, de la construcción de una familia cristiana y, sobre todo, de vivir un nuevo modo de rezar, el de la amistad con Jesucristo, es decir, el de la complicidad con Jesucristo, pues allí de una manera muy natural todo les hablaba de que el cristianismo es vida y se trasmite y se contagia con la vida.

Indudablemente, la clave de la formación que se impartía en Montelar era la dedicación de la directora a cada una de las residentes en conversaciones en casa o paseando por el boulevard de la castellana, el nuevo “tontódromo” de Madrid como lo calificaba la revista Blanco y negro en su número de junio de 1936, en un artículo denominado “Madrileñismo”.

Además, en aquella residencia había actividades espirituales en el bellísimo oratorio de la residencia o en pequeños grupos de estudio y de oración y muchas actividades culturales, celebraciones de cumpleaños, barbacoas en el patio interior y muy buen humor como narra el diario de la casa con todo detalle.

Incluso había conversaciones muy animadas de política del momento donde cada una descubría familiarmente la formación que habían recibido en su casa en esos temas y aprendían a respetar y convivir con jóvenes llegadas de todas partes de España que pensaban de modo distinto.

En definitiva, Zurbarán era una residencia normal, que se transformó en pocos años en lo que fueron los Colegios Mayores en España retomando la institución más señera de las universidades del siglo XVI adaptándose a las nuevas maneras de pensar de los jóvenes de la posguerra. Indudablemente, las mujeres transformaron la vida universitaria de Madrid y la cultura desde entonces hasta la nueva sociedad que ahora estamos viviendo.

Zurbarán siempre tuvo como característica distintiva de otros colegios mayores femeninos su ambiente de libertad, de buen humor, de elegancia, de iniciativa, de clima de familia, de ilusiones grandes sin límites ni trabas más que la dignidad de la persona humana y el respeto a la opinión de las demás. De hecho, cuando alguien no encajaba, se encerraba en su cuarto o pasaba del resto, no se la expulsaba, sino que se le animaba a buscarse la vida y dejar su plaza a otras jóvenes que no tenían plaza y venían por la casa.

José Carlos Martín de la Hoz