Profecía y visión

 

El inteligente y documentado trabajo de la catedrática de literatura medieval, Victoria Cirlot (Barcelona 1955), profesora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, que ahora presentamos, acerca del legado de la última doctora de la Iglesia, santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), se podría resumir en pocas palabras: una vida santa que transcurre entre la profecía y la visión de las cosas de Dios.

Indudablemente, lo primero que hemos de agradecer a la autora es la especial delicadeza con que ha tratado en este libro y, en general, a lo largo de su vida profesional, la figura de esta santa peculiar del siglo XIII. Hay que reconocer que no es una figura fácil y habitualmente ha sufrido la incomprensión de los intelectuales quienes, al no poseer fe, les resulta casi imposible adentrarse en el interior de un alma dotada de tantos dones espirituales.

La clave de la vida de santa Hildegarda, como explica Victoria Cirlot, es que no es una mística al uso que describe pormenorizadamente sus experiencias sobrenaturales o los fenómenos a los que ha sido llevada por las altas cimas de la unión con Dios. Cuando se alude en el libro que ahora presentamos a que Hildegarda es profeta de Jesús, se está aludiendo a que, como los profetas del antiguo Testamento, la voz de Dios que estaba resonando en ella, desde los cuatro años, con la misma naturalidad con la que brota el agua de un manantial. Precisamente, es a los 48 años de edad cuando Dios la conmina a poner por escrito las luces qué Él habitualmente le comunica

Efectivamente las cosas que Dios le dicta en latín requieren una secretaria versada en esa lengua y santidad de vida, Ricardis de Stadis, para poner por escritos verdades escondidas en la Escritura, la riqueza inconmensurable de la santa Misa, la necesidad de la reforma de la Iglesia, etc. No son anuncios apocalípticos como los de san Juan en el destierro en la isla de Patmos, sino luces de Dios para la santidad del clero y del pueblo en este mundo.

A la vez, Hildegarda es profundamente mística en cuanto a que está unidísima a Jesucristo, el esposo amado, y solo vive para él y para su gloria. Incluso se enfrenta a los propios frailes benedictinos en 1150 en Rupertsberg, puesto que los que habían empezado por protegerla, habían terminado por controlarla y, en cambio, Dios quería ser libre en el alma de su amada (33).

Efectivamente, tiene razón Victoria Cirlot cuando descubre en ella: “la difícil tesitura de aceptar la gran transformación interior que significa exteriorizar la interioridad, esto es, hablar y escribir acerca de lo contemplado por los ojos y los oídos interiores” (44). Finalmente, hemos de recordar la importancia de la relación de la santa con san Bernardo de Claraval y, a través de él, con el papa Eugenio IV quien al leer el “Scivias” y otros escritos de la santa ordenó su publicación y difusión en toda la Iglesia.

José Carlos Martín de la Hoz

Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen y la tradición visionaria de occidente, Herder, Barcelona 2005, 255 pp.