El profesor de “Teoría política” de la Universidad de Buenos Aires, Luciano Nosetto, ha firmado un lúcido trabajo sobre el ejercicio de la autoridad y el poder del Estado moderno que nació en los tiempos del despotismo ilustrado y que se ha metamorfoseado hasta nuestros días.
Es más, nos dirá nuestro autor, ha tomado dimensiones tan gigantescas que aconsejan su rápido y urgente adelgazamiento, antes de que se cumplan todas las predicciones de Orwell en su famosa obra 1984.
Es interesante resaltar que nuestro ensayista procura alejarse de la visión de Thomas Hobbes acerca del origen del Estado moderno como un pacto donde los ciudadanos entregarían su libertad a cambio de la paz y de la seguridad. Es más, nuestro autor, termina por remitirse al Estado como “cultura de la naturaleza” (39) en una verdadera expresión audaz.
Asimismo, es llamativo el poder que se le entregó, desde entonces, al príncipe como cabeza del Estado moderno, incluso por encima de la Iglesia y de la naturaleza en muchos países de Europa en donde había vencido la reforma luterana o calvinista: “el príncipe no está sujeto ni a sus leyes, ni a los de sus predecesores” (39). Solo limitaría, momentáneamente, nos dice Nosetto, con las leyes eternas de Dios y, también, de la naturaleza.
Inmediatamente, nos dirá que, ante el conflicto social constante provocado por la perenne desigualdad, los ciudadanos decidieron dar por sorpresa y de golpe un paso atrás y el que quedó al frente de todos fue el encargado de dirigir el estado y someter a los demás (73). Es más, afirmará nuestro autor siguiendo a Hobbes el origen del Estado no está en Dios sino en un contrato social (75).
Enseguida, después de Vitoria y Grocio llegaremos a Rousseau, quien establece que “el soberano y el pueblo es lo mismo” (92), puesto que el estado y el príncipe son lo mismo, pues nacieron simultáneamente: alguien debe gobernar y someter a todos para que pueda reinar la paz social y nadie debe reclamar la libertad perdida pues traicionaría a todos los demás que establecieron el contrato: es decir prendería fuego a todo (95).
Lógicamente, con la llegada del ateísmo, se concluiría con el poder absoluto en el estado marxista, lo que entraría en flagrante contradicción con los principios del materialismo dialéctico, pues, teóricamente debería haber desaparecido el Estado en el paraíso comunista y, en cambio se convirtió en una máquina de depuraciones constantes y masivas (143).
José Carlos Martín de la Hoz
Luciano Nosetto, Autoridad y poder. Arqueología del estado, Editorial Las cuarenta, Buenos Aires 2023, 203 pp.