Una de las más nefastas consecuencias de la mal llamada revolución del 68, fue la banalización del sexo. Un hecho tan aterrador como ya Hitler había intentado lograr la banalización del mal, de la masacre de millones de hombres y mujeres con su famoso intento de acabar exterminio de los judíos, cristianos, musulmanes, gitanos y todos aquellos colectivos que obstaculizaran el triunfo de la raza aria y el establecimiento del nacional socialismo.
He dicho mal llamada “revolución del 68” porque en aquel movimiento antropológico, sociológico y filosófico, sucedido en la Universidad de la Sorbona y cuyos ecos llegaron a los campus del mundo entero, pretendieron impulsar a toda la sociedad a un modo nuevo de vivir, de entender al hombre y, sobre todo, de una libertad más plena.
Desde entonces, se ha interpretado ese movimiento como aprender a aceptar de la tradición valores y creencias que sean acordes con la dignidad de la persona humana y, a la vez, abrir horizontes e incorporar novedades y aportaciones de cada tiempo que vigoricen más y más el crecimiento y desarrollo de la dignidad de la persona y sean respetuosos con el medio ambiente. Es decir, a la pregunta de los ecologistas de los años sesenta ¿qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos? Habría que añadir otro principio no menos capital: ¿qué hijos vamos a dejar en este mundo?
Una de los efectos colaterales de la revolución del 68 fue una falsa aplicación de la libertad que terminó en la banalización del sexo, destruyendo el aspecto unitivo del acto conyugal, es decir desvinculado del amor esponsal y convertirlo en objeto de placer que se puede hacer con cualquiera que esté de acuerdo, pues solo se buscaría el placer de pasar el rato.
Otro de los efectos colaterales de la revolución del 68 fue convertir a la mujer en objeto de deseo y placer eliminando toda su dignidad y grandeza y obviando la realidad de la entrega de la mujer para dar amor al hombre o a la mujer con la que yacía. Despreciar esa donación, reírse de ella es provocar una de las mayores humillaciones que se puede hacer a una mujer.
En nuestro tiempo hace falta no una catequesis religiosa sobre el amor de los esposos, padres e hijos o de la amistad. Es necesario ir al fondo antropológico de la cuestión para descubrir que solo podremos ser santos si somos hombres y, como afirmaba san Josemaría, las virtudes humanas sin base y fundamento de las virtudes sobrenaturales.
Hace falta que los padres se empeñen a fondo en amarse con todas sus fuerzas, que nos novios se prometan amor eterno y se ejerciten a diario en el amor mutuo, que los amigos se quieran desinteresadamente y compartan la vida. Sólo la escuela del amor vivido enseñará a nuestros jóvenes a amar y a darle sentido a la vida entera.
José Carlos Martín de la Hoz
Martin Rhonheimer, Etica de la procreación, ediciones Rialp, segunda edición en castellano, Madrid 2023, 282 pp.