En un dos de octubre

 

Muchas veces el papa Benedicto XVI comentaba ese pasaje del Evangelio de unos griegos que dijeron a Felipe: “Queremos ver a Jesús” (Io 12, 20). Entonces Felipe, aprovechando su confianza e intimidad con Jesús decidió servirles como anfitrión y se dirigió al Maestro. Lo conmovedor es que el Señor le espetó: “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Io 12, 24). Quedaba clara, para siempre, la importancia de avalar la oración con el sacrificio.

Si queremos realmente que las personas a las que queremos y tratamos, a su vez traten, intimen, conozcan y se enamoren de Jesucristo habrá que empezar por quererlas, sacrificarse por ellas y dedicarles cariño, tiempo y servicio que todo eso y más, es la amistad verdadera. Solo se llega a la intimidad cuando la oración es avalada por el sacrificio. Como las madres que aman a sus hijos sacrificadamente.

Precisamente San Ireneo de Lyon en el siglo II, para explicar cómo es Dios quien toma la iniciativa recordaba: “Dios ha irrumpido por propia iniciativa en su creación inclinándose hacia la tierra, levantando al hombre hacía si, y asegurándole un espacio en su propio ámbito, más allá de todas sus cualidades y de todas sus posibilidades, por tanto, mediante una actitud de rapto” (p. 41).

Siglos después, san Josemaría no hablará de rapto, sino de connivencia. Era el 7 de agosto de 1932 san Josemaría estaba celebrando la Santa Misa en el Patronato de enfermos de la castiza calle de Santa Engracia de Madrid. Se celebraba entonces, ese día, la fiesta de la Transfiguración del Señor: “Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme —acababa de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso—, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: "et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum" (Ioann. 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ‘ne timeas!’, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas”.

Jesús llevó a cabo la obra de la Redención haciéndose hombre y metiéndose como un más en la entraña del mundo para convertir en divinos los caminos humanos de la tierra. La conversación con Jesús enardecía a las almas y también a aquellos griegos que quisieron conocerlo de cerca, pues lo que querían es que se metiera muy dentro de ellos, en lo más hondo de la conciencia.

El día que también nosotros descubramos que Jesús es el amor total, le amaremos apasionadamente y pasaremos la vida iluminando el mundo desde dentro como una farola que da calor y luz. Esto le sucedió a san Josemaría el 2 de octubre de 1928.

José Carlos Martín de la Hoz

Llorenç Sagalés Cisquella, Justicia y derecho en los Padres de la Iglesia, CEU ediciones, Madrid 2023, 107 pp.