El otoño, que, en Madrid, suele ser duradero y agradable, es una buena ocasión para visitar el Museo del Romanticismo, ubicado en el número 13 de la calle de San Mateo, muy cerca de la glorieta de Alonso Martínez, en el antiguo palacio del Marqués de Matallana, construido en 1776.Después de las últimas reformas, se nota el cuidado, el orden, la limpieza. El recorrido, cómodo, nos adentra en una mansión de la alta burguesía del siglo XIX, con gran variedad de objetos, que visten y adornan la sala de baile, el comedor, un pequeño oratorio, el llamado gabinete de Larra, un despacho, la sala de los niños, dos dormitorios, etc., con muebles de estilo isabelino o imperio, objetos decorativos o de uso variadísimos (cerámicas, relojes, instrumentos musicales, figuras de barro, joyas, vajillas, armas, miniaturas, libros…). A esto se añaden retratos de Fernando VII, Isabel II y de otros miembros de la realeza, así como de literatos, pensadores, políticos y militares ilustres de la época; y un buen número de paisajes, grabados, esculturas de artistas como Goya, Esquivel, Madrazo, Alenza, Valeriano Domínguez Bécquer, Pérez Villaamil, Vicente López, Ferrant, entre otros.

En el interior del palacete, cuyos muros lo rodean, se puede visitar el jardín de estilo francés, en el que destaca un magnolio, árbol de copa ancha abundante en Madrid, pero que aquí sorprende al visitante por la esbeltez, debida sin duda a la búsqueda de la luz, que llega al lugar con cautela. El edificio cuenta, además, con biblioteca, sala de exposiciones temporales, talleres y un pequeño auditorio.

Un buen repaso del arte, de la historia y de las costumbres decimonónicos nos ofrece la visita a este museo, que tiene cierto aire de vitrina, de relicario, de joyero, de fanal, de casa de muñecas.

Luis Ramoneda